La tartera

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

29 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Vivo, en Madrid, al lado de uno de esos colegios superexclusivos y elitistas. Un auténtico vivero de quienes, dentro de veinte años, serán los patrones de las empresas y los dirigentes de lo que quede de este país. Son niños sanos, deportistas, y bien criados. La brillantez intelectual se les supone, a poco que profundices -dos generaciones- en su árbol genealógico. Algunos de ellos los conozco desde que nacieron, y todos son eucaliptos que crecen erguidos, sin desviarse un milímetro de su hoja, formal, de ruta, sin transmutarse en encina ni carballo.

Estos rapaces son los que dentro de un par de lustros van a gestionar, o expulsarnos del paraíso, nuestras pensiones. Son hijos y nietos de nuestros amigos, los que cuando subía la marea alejábamos la toalla para que el agua no pasara la línea roja de la orilla.

Pues bien esos chavales, niños y niñas, desde hace dos lustros, acuden cada mañana a su colegio -de pago y suficientemente caro- con su tartera de aluminio, la clásica, la de siempre, la caja del tesoro que encierra en su interior unos filetes empanados con las patatas fritas desde la noche anterior, o las lentejas con su secreto de chorizo que van a ser recalentadas en el microondas de la hora del almuerzo.

Así día a día, entre clases de matemáticas y de lengua española contada en inglés. Ente Rinconete y Cortadillo y la historia del Buscón don Pablos.

Siempre me resultó entrañable ver cómo cada día a las nueve de la mañana, y con naturalidad infantil, aquellos chavales llevaban en su mano la tartera reluciente, santo y seña, salvoconducto de un futuro que era la llave de que abría el porvenir que ya estaba escrito. Y no pasaba nada que de antemano no estuviera previsto.

Al otro lado de la ciudad emergía la nueva cultura del táper, de la tartera de plástico que llegó a volar cerca de la cabeza de Esperanza Aguirre, la moderna tartera de las clases medias, el recipiente de los colegios públicos que suprimieron los comedores y en su lugar instalaron un campamento de excursionistas de fin de semana.

El aluminio y el táper, la tartera portaalimentos, la caja de plástico hermética que los conserva, es a metáfora de las dos Españas, dos territorios fronterizos para una educación divergente.

La España creciente que está de perfil ante la crisis, y la del país menguante, la de los recortes que elimina profesores, marea verde en las manifestaciones callejeras, y clausura comedores escolares. Los muchachos ricos almuerzan en los refectorios colegiales, los otros donde antes hubo un comedor.

Ambos grupos serán, cuando pasen los años, abogados o médicos, maestros o soldadores, físicos o empleados de banca, técnicos o diletantes, y todos cabrán en España, cuando la prosperidad vuelva para quedarse. El país en una tartera, en un táper.