Carrillo, la memoria y una carta del rey

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El rey invocó ayer el espíritu de la transición y unas horas después, como si fuera una respuesta que el destino ponía sobre la mesa de España, fallecía Santiago Carrillo. Quienes hemos vivido apasionadamente la transición a la que apela don Juan Carlos, hemos sentido, yo por lo menos, un estremecimiento de nostalgia. Me resulta inevitable una comparación. Hoy, cuando el rey llama a la unidad, unos le responden no dándose por aludidos y otros le replican que le falta sentido de la diversidad de España. Hoy, cuando el rey reclama que caminemos todos juntos para «asegurar o arruinar el bienestar que tanto ha costado alcanzar», no tiene un instrumento ni un agente que recoja su mandato y convoque algo parecido a los pactos de la Moncloa.

Antaño, cuando la transición, todo ocurría al revés. Y uno de los protagonistas de aquel tiempo era Santiago Carrillo, que había entrado en España disfrazado con una peluca legendaria. El entonces secretario general del Partido Comunista venía de un largo exilio y señalado con el dedo por su discutida participación en los fusilamientos de Paracuellos y otros episodios de la República. Sin embargo, no ofreció indicios de ningún afán de revancha, y el sistema democrático que nacía hizo esfuerzos heroicos para buscarle un sitio en la legalidad. Así se logró la reconciliación. Así se hizo una monarquía de todos. Así se construyó un país habitable por todos.

Había voluntad de sacar adelante esta nación. Sus políticos arrimaban el hombro. Y no había menos dificultades que ahora, pues entonces también había crisis agobiante, una inflación del 20 % anual, un Ejército franquista y las heridas sangrantes de la guerra. Carrillo fue el ejemplo más elocuente de la capacidad de renuncia y de aportación. Aceptó la bandera, aceptó la monarquía, controló a una militancia enfurecida por la matanza de Atocha y dio garantías de un entierro en paz y sin represalias. Con personajes así, el rey no necesitaba escribir cartas. La clase política lo interpretaba, Adolfo Suárez ejecutaba sus deseos, y hombres como Carrillo se movían por el empeño de construir un nuevo país. ¿Qué se hizo de todo aquello? Zapatero fue acusado de romper el pacto constitucional. Ocurrió algo más relevante: hay una nueva generación de dirigentes sin memoria. Le han perdido el miedo a las experiencias históricas. Tienen más ambiciones personales que colectivas. Hay un egoísmo pernicioso que hace que se ignore y se humille al adversario. Se levantan murallas entre ideologías y pueblos. Nos faltan líderes como Carrillo, que ahora ya falta del todo. En su memoria y por pura gratitud escribo estas líneas. Y no lo oculto: dominadas por una evidente tristeza de nación.