El fracaso de un premio

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

09 sep 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Lo he dicho muchas veces: lo que tiene éxito, en verdad y más que cualquier otra cosa, es el éxito mismo. Los Premios Príncipe de Asturias ratifican esta opinión que hoy, especialmente, me vulnera. Uno no sabe muy bien para qué sirven, finalidad o meta de estas distinciones. Me parecen, como otros muchos dispendios, un síntoma más de este país disparatado y absurdo. Un país del que es difícil fiarse porque, entre otros motivos, ya ni nosotros nos fiamos de nosotros mismos.

Saben ustedes que el premio ha orlado, en Deportes, a dos futbolistas. Admiro a ambos, los señores Hernández y Casillas. Soy uno de esos ingenuos que aún contempla, apasionado, este hilarante espectáculo del balompié. Me cuesta sudores y ardores. Voy aquí y allá siguiendo a mi equipo, y aquí y allá me siento débil y frustrado por amar algo que en su sustancia presentista resulta burdo, especulativo y falaz. Uno no deja de ser contradictorio. Camus también lo era. Dijo que todo lo que sabía del hombre lo había aprendido del fútbol. Yo, lo que sé del hombre lo he aprendido más en los libros que en las carnes.

Y dicho todo esto digo que basta. Que el fútbol está tan elevado a los altares que ya semeja único altar. Un deporte que tiene una deuda inmensa con nuestro Tesoro, que no paga como paga usted, que goza de privilegios que no disfruta ninguna otra actividad empresarial.

Basta, repito. Premiaron con el Príncipe de Asturias a la selección española y, ahora, a sus capitanes. El hecho me ha llevado a pensar en dos de los finalistas individuales, por no citar al colectivo paralímpico, espejo de esfuerzo, mérito y superación donde debiera mirarse la sociedad española (tan dada a la insignificancia). Hablo de Javier Gómez Noya y el alpinista Reinhold Messner. No voy a narrar sus hazañas deportivas. Las encontrarán en cualquier fuente. El primero es un ferrolano que se pasa la vida trabajando, solo, en su lucha deportiva contra sí mismo y contra una adversidad coronaria. El segundo es un mito para todos los que ven en la montaña un reto, enigma de libertad y pugna contra propios o ajenos demonios.

Pero el Premio Príncipe de Asturias prefiere concederle más éxito al propio éxito. Lo repudio. Parece que los homenajeadores se homenajean a sí mismos. España es un disparate.