Con pasado

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

08 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Pelo corto. Larga historia. Seis Juegos es el infinito para un deportista. Mucho más de una vida. Veinticuatro años. Una eternidad en una disciplina regida por adolescentes, por niñas sonrientes e ingrávidas que levitan sobre barras y tapices. Ella, menuda pero no tan joven, ha competido ya bajo tres banderas. Durante su trayecto cayó la Unión Soviética y compitió para aquel extraño equipo unificado que tomó parte en Barcelona 92. Acabó luciendo el escudo de Alemania, el país en el que decidió instalarse para que su hijo fuera tratado de leucemia. Se despidió de su rutina en estos Juegos, en la final de salto. No voló muy alto. No brilló. Se quedó lejos del podio con esa última pirueta. Muy lejos del adiós deslumbrante de metales y flashes de reyes coronados, de Michael Phelps. Muy lejos. Pero Londres la abrazó con un cálido aplauso. Oksana Chusovitina alzó la mano para despedirse con esa emoción contenida que suele destilarse hacia el interior, con esa mirada curtida que da tener un pasado, un nombre que se ha repetido en el tiempo. Ni siquiera parece la hermana mayor de sus compañeras. Porque podría ser la madre de muchas de sus rivales. Chusovitina está en el extremo opuesto de las hornadas de gimnastas que parecen producidas en serie durante cada ciclo olímpico para arder durante un instante. No tiene nada que ver con las pequeñas chinas que asombraron al mundo hace cuatro años en Pekín, tan perfectas como anónimas, casi artificiales, y que ni siquiera habían cumplido la edad establecida para competir. Mucho más allá del triunfo y de la derrota, del número de medallas. Pelo corto. Larga historia.