Muy pocos días atrás, en la avenida donde vivo, dos ciclistas -un menor y un adulto- circulaban en la inmediatez de una de las urbanizaciones que jalonan la vía, abordando y cruzando la acera para atravesar a continuación la calzada sobre un paso preferente de peatones. Un automóvil de turismo, al abordar el paso, golpea la rueda trasera de la bicicleta del menor, que cae sobre el asfalto, arrastrando en su caída al ciclista adulto, que cae a su vez, en tanto que el vehículo de motor sigue su marcha, impasible. Se juntan unos espectadores entre imprecaciones al conductor que huye y conmiseración a los ciclistas, hasta comprobar que todo termina en unos pocos rasguños.
Bien por la implacable censura al ruin conductor, pero censura añadida para los ciclistas, que utilizan espacios reservados para el exclusivo uso por peatones. Y es que, mientras la norma legal no se cambie, los ciclos o bicicletas circularán «por el arcén de su derecha, si fuera transitable y suficiente, y, si no lo fuera, utilizarán la parte imprescindible de la calzada». ¿Hará falta una tragedia para vigilar ciertos aspectos del tráfico?