Un puesto fijo

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

08 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Avisaron. Él advirtió a los jóvenes de Italia: «el puesto fijo no existe». Y añadió que, ante la insoportable monotonía del empleo estable, «es más hermoso cambiar y aceptar nuevos desafíos». Después, habló del «fuera de contexto». Pero quedó dicho. Ella criticó que los italianos estén acostumbrados «a un puesto de trabajo junto a mamá y papá» y que «el mundo moderno permite tener grandes experiencias de movilidad». Quizás estos comentarios serían hasta comprensibles si salen de la boca del ingeniero que ha emigrado a Alemania. O del marinero que faena en Gran Sol. O del aventurero que se lanza en estos tiempos a montar una empresa. O del creador de Pixar. O del voluntario que se lanza a combatir las miserias del primer o del Tercer Mundo. Pero las palabras son de Mario Monti y Ana Maria Cancellieri, miembros del Gobierno italiano. Un señor que el año pasado fue nombrado senador vitalicio y que ha ejercido como profesor universitario durante más de treinta años. Una señora que ha desarrollado toda su carrera como funcionaria del Estado. Sus vidas laborales no han sido precisamente dos montañas rusas. Pero convierten el empleo fijo en una especie de privilegio extendido y feudal cuando se trata de una situación laboral que va camino de convertirse en leyenda urbana. Ambos son sospechosos de seguir, en la superficie o en el fondo, el principio de Lampedusa en El Gatopardo. Cambia todo para que todo (lo suyo) siga igual. Aunque, esta vez, sus afirmaciones tuvieron contestación social en Italia. Porque los ciudadanos ya están un poco cansados de que los que les exigen sacrificios y les piden apretarse el cinturón lleven tirantes.