Violencia internacional

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

06 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

ESTAMOS VIVIENDO una temporada de violencia endiablada, una violencia sin discriminación, sin fronteras y sin frentes claros de lucha. Es una violencia que se muestra unas veces de forma espectacular: con bombas en lugares públicos, con asesinatos de ciudadanos normales, de personas corrientes, de civiles o de turistas; y en otras ocasiones, la agresión es más discreta pero más inhumana, más persistente, más extensa e intensa porque afecta a millones de personas, como en el Chad con las masacres de Darfur, en Etiopía, Somalia, sin olvidar Colombia, Bolivia o Cuba. Pero siempre es agresión, unas veces amparándose en sofismas religiosos; otras, en argumentos nacionalistas, políticos, sociales o económicos. Siempre es un deseo de matar a otros seres humanos para imponer los criterios propios. Y nunca hay una explicación clara, un objetivo definido que pueda tratarse en una mesa de negociaciones civilizada. Es un laberinto endiablado. Las fuerzas de seguridad españolas tienen capacidad e información suficiente para seguir de cerca a los asesinos de ETA, y van consiguiendo neutralizarlos cada vez que se mueven. La política británica ha tenido mucho éxito en el Ulster y su policía mucha suerte con los atentados fallidos. Sin embargo, nuestros compatriotas turistas fueron asesinados en el Yemen sin que nadie pudiera evitarlo, sin que nadie lo esperara, sin que exista una razón, sin que mediara agresión por su parte, por el simple hecho de estar allí, como podía haber sido en un restaurante o en un hotel. Es decir, se controla en unas partes, se puede tapar un agujero determinado, pero la avería general continúa. Uno de los grandes agujeros que es necesario tapar, y que parece el problema más serio para nuestra civilización, es esa violencia procedente de grupos musulmanes. Por eso, el reto de los Gobiernos europeos es encontrar una solución adecuada y específica. Europa y España acogen cada vez a más musulmanes: los respetan, les procuran unas condiciones de vida europeas, coherentes con nuestra civilización, les respetan sus creencias e incluso llegan a promover su cultura. Por todo ello, creo que no está fuera de lugar pensar que quizás ha llegado el momento en que estos emigrantes, por sí mismos, sin imposición externa, deberían comenzar a integrarse más en la cultura que los acoge. Quizás deberían abrirse a la sociedad europea, en lugar de enquistarse en guetos o grupos cerrados. Ellos podrían ser los primeros en colaborar con la sociedad occidental para evitar la violencia de sus compatriotas. Podrían manifestar públicamente el rechazo a estos atentados, integrarse en los cuerpos de seguridad del Estado; dejar muy claro que ni su religión, ni su cultura, ni su forma de ser, ni su manera de pensar está con los violentos; dejar muy claro que defienden los derechos humanos, que promueven la libertad e igualdad de todos, sin distinción de raza, sexo o religión. Sería muy bueno para la sociedad occidental que los terroristas musulmanes queden totalmente aislados, que no encuentren apoyo ni comprensión de ningún tipo entre los occidentales ni entre los musulmanes honrados. Quizás así podamos tapar un agujero y evitar algunos asesinatos.