Un corazón mecánico

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

19 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

UN EQUIPO de cardiólogos del Hospital Universitario de Bellvitge, en L'Hospitalet de Llobregat (Barcelona), ha implantado por primera vez en España un corazón mecánico. Al instante me viene a la mente aquello de «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad» de una zarzuela cuyo título ignoro: tecleo el texto de «hoy las ciencias¿» en el buscador de Google y, en décimas de segundo, este investigador divino me informa de que ese texto pertenece a La verbena de la paloma. Si hace ya cien años las ciencias avanzaban a marchas forzadas, hoy, con la velocidad vertiginosa con que se suceden, los descubrimientos más impresionantes quizá no nos pasman: las noticias más fantásticas de descubrimientos científicos que demuestran la portentosa capacidad del cerebro humano se han convertido en rutina. A una mujer de 43 años los problemas cardíacos la habían condenado a sólo dos semanas de vida. Su corazón no era capaz de bombear la sangre que necesitaba su organismo. Ni los tratamientos convencionales ni un trasplante -en su caso, imposible- podían poner remedio a su insuficiencia cardíaca. Y aquí aparecen estos médicos geniales, que tienen a sus espaldas muchos años de la más rigurosa investigación, y le instalan a la paciente una turbina en el ventrículo izquierdo de su corazón. Como he decidido escribir pronto una novela negra y, por tanto, es bueno que tenga, al menos, nociones elementales de anatomía humana, abro el fantástico libro El cuerpo, de tú a tú, de Ramón Sánchez-Ocaña, y me entero por fin de lo que es un ventrículo: de paso me asusto de mi ignorancia anatómica. Hasta hace un momento, yo creía que un ventrículo era una persona que modificaba su voz haciéndola sonar como llegada de ultratumba -vamos, lo que hacía José Luis Moreno con sus personajes Monchito y Doña Rogelia- y Sánchez-Ocaña me hace caer en la cuenta de que el individuo que modifica su voz no es un ventrículo sino un ventrílocuo. De paso, Sánchez-Ocaña nos recuerda que es falso que en el corazón aniden los sentimientos. Y ¿cómo ya podemos decir «te quiero con todo mi corazón» si la ciencia ha demostrado que también los sentimientos tienen su sede en el cerebro?