Golpe de Estado en Argentina

Agustín Bottinelli

OPINIÓN

LAS FUERZAS ARMADAS ARGENTINAS DERROCAN AL GOBIERNO Hace 31 años, la débil democracia argentina, en manos de María Estela Martínez Cartas, o Isabel, la viuda de Perón, caía sin alternativa ante un nuevo golpe de Estado y daba paso a una Junta militar encabezada por los comandantes de los tres Ejércitos. Aquel miércoles, los argentinos no pudieron imaginar el horror que asolaría al país durante los siguientes 2.818 días.

23 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

La dictadura militar argentina más larga tuvo cuatro generales como presidentes y cinco ministros de economía. Dejaría tras ella un balance desolador: según la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), hubo 8.960 desaparecidos ?para algunas organizaciones de derechos humanos, alrededor de 30.000?. El país sufrió una inflación del 517.000 por ciento. Se multiplicó por cinco la deuda externa, que pasó de 8.204 millones de dólares en 1976 a 43.509 millones en 1983. Aún hay más en este siniestro balance: 648 argentinos perdieron la vida en una guerra absurda contra Gran Bretaña, provocada por el tercer presidente de la dictadura, Leopoldo Fortunato Galtieri, que buscó en el conflicto de las Malvinas alguna razón que limpiara el nombre de las Fuerzas Armadas. Mesiánico, profético, delirante, dijo a un periodista: «Tenemos las manos manchadas de sangre y la única forma de pasar a la historia con decencia es reconquistar las Malvinas para los argentinos». El 23 de marzo de 1976 iba a ser el último día del mandato de la presidenta María Estela Martínez de Perón. A las 12.25, un helicóptero Sikorsky de la Fuerza Aérea Argentina la había dejado en la Casa de Gobierno. Esa mañana ya circulaban rumores de un posible golpe. Había movimientos de tropas en el interior del país y alistamientos en los buques de guerra en el apostadero del puerto de Buenos Aires. A las once de la mañana, el ministro de Defensa, José Deheza, recibía en su despacho al general Jorge Videla, al almirante Emilio Massera y al brigadier Orlando Agosti, los comandantes en jefe de los tres Ejércitos, que ya sabían que en pocas horas asumirían el control político del país. El día transcurrió con agitación. La población civil, en su mayoría, aceptaba aquel destino para una democracia inoperante. Tal vez suponían los argentinos que un nuevo golpe militar daría paso a un proceso democrático poco tiempo después. Resultaba difícil creer que aquellos genocidas tuvieran la pretensión de perpetuarse eternamente en el poder. A las 0.30 horas del miércoles 24, Isabelita era conducida en helicóptero hacia la residencia presidencial, pero durante el breve viaje fue desviada de su ruta y conducida al sur del país en calidad de detenida. Por la mañana, los comandantes de las Fuerzas Armadas asumían el poder y los argentinos se enteraban por el comunicado número 1 del nuevo Gobierno: «Se comunica a la población que a partir de la fecha el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas». En los dos primeros años de la dictadura se produjeron la mayor cantidad de desapariciones. Miles de ciudadanos abandonaron el país rumbo al exilio. Quedaron prohibidos los partidos y los sindicatos y se arrasó todo indicio cultural que no coincidiera con los «principios morales» de los dictadores. Videla y Massera se adueñaron de la vida y la muerte de los argentinos, incluso de los hijos por nacer de sus víctimas, madres asesinadas a pocas horas de parir. Los demás acabaron en fosas comunes o en vuelos de la muerte. La máquina de matar no se detuvo jamás. Durante el mundial de fútbol de 1978, mientras los argentinos celebraban el triunfo de su selección, se sumaban otros 69 desaparecidos a la larga lista. Así se escribió la página más negra de la historia argentina, a la que los genocidas, no sin cierto sarcasmo, bautizaron como «proceso de reorganización nacional». En marzo se cumplieron 31 años del comienzo de aquel horror. Debe rescatarse la lucha incesante de agrupaciones como las Madres y Abuelas de la plaza de Mayo. Gracias a ellas, no hubo ni olvido ni perdón para los asesinos, y dos palabras se instalaron para siempre en la conciencia colectiva: memoria y justicia. Por su parte, Ernesto Sábato rubricó el final del juicio a los militares en un informe que él denominó Nunca más.