Frida Kahlo

IGNACIO RAMONET

OPINIÓN

09 ago 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

UNOS DÍAS antes de los odiosos atentados del 7 de julio, estuve en Londres viendo la exposición consagrada a la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954). Hasta el próximo 5 de octubre, puede admirarse en la Tate Modern, sin duda el mejor museo consagrado al arte del siglo XX. De esta artista yo había visto ya hace unos años, en el MOMA de Nueva York, una antológica que la crítica calificaba entonces de «gran acontecimiento artístico». Comparada ahora con la de la Tate Modern, aquella muestra neoyorkina se revela muy incompleta. Viendo la cantidad de gente que abarrotaba las salas, yo recordaba que esta pintora, hasta hace poco, era casi desconocida del gran público. Sólo unos cuantos especialistas defendían la singularidad de sus cuadros que habían quedado en cierta medida ocultados por la impetuosidad de la obra de su esposo-amante Diego Rivera, el célebre muralista mexicano. El encuentro de un elefante y de una paloma , así calificó esa relación el padre de Frida, un fotógrafo alemán llegado a México a finales del siglo XIX y casado con una mexicana, ella misma hija de un español y una indígena. La reivindicación de las feministas que han denunciado con razón la negación del aporte de las pintoras en la historia del arte, ha convertido a Frida Kahlo en un icono de su movimiento. La película de Julie Taylor, Frida (2002), interpretada por Salma Hayek, contribuyó también a la popularidad de la volcánica pintora. En sus cuadros, esta increíble creadora que pintaba a veces con su sangre, mezcla arte moderno, peripecias biográficas, folclore azteca, feminismo radical y revolucion mexicana. Y consigue expresar sus fantasías más insólitas así como su intimidad más personal, llegando hasta representar su propio aborto. Su vida fue un calvario. De adolescente sobrevivió a un accidente de autobús. Tuvo que pasar años con un corsé de hierro y en una silla de ruedas. Así fue cómo descubrió la pintura. Uno de los aspectos más apasionantes de esta exposición es que muestra la casi totalidad de sus innumerables autorretratos. Frida se representa a menudo en situaciones de sufrimiento alucinante con su corsé de discapacitada, o con llagas sangrando de su cuerpo como el corazón de Jesús o los mártires católicos de la iconografía popular. Su rostro tiene atributos femeninos y también masculinos, como un vello excesivo que le da a veces aspecto de mujer barbuda, y unas cejas negras tan imponentes como un bigote invertido de cualquier machote mexicano. Tuvo Frida una vida sentimental muy agitada no sólo por su pasión enfermiza y suicida por Diego Rivera, de quien llego a divorciarse en 1938¿ para volverse a casar con él el año siguiente. Sino también por su inverosímil colección de amantes, hombres y mujeres, entre quienes destaca Leon Trotski, venido a México para huir de la persecución soviética y que morirá en definitiva asesinado allí, con la complicidad de Diego Rivera (comunista como Frida), por el español Ramón Mercader. El asesinato de este ex-amante no pareció conmover mucho a Frida, quien siguió pintando cuadros a la gloria de Stalin, que fue otra de sus grandes pasiones (su última pieza, inacabada, es un retrato del dictador soviético¿). Esta obsesión política por Stalin no figura en la exposición de la Tate Modern. Se supone que por incorrecta. O sea, que se puede ser un gran museo y practicar sin embargo una piadosa censura¿