El referéndum de nunca jamás

OPINIÓN

15 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

SE ESTRENA estos días en nuestros cines una película preciosa de Marc Forster, Descubriendo nunca jamás , que recrea la vida de James Barrie, el autor de Peter Pan. Más allá de su tono hagiográfico, que resulta un poco empalagoso, la cinta alcanza sus momentos más notables cuando escenifica el país de fábula que Barrie imaginó: el de nunca jamás. Con sus hadas imposibles, sus piratas de leyenda, sus barcos de hojalata, y sus olas de cartón, todo es en nunca jamás infantil y fabuloso, admirable e irreal. Como la campaña política para el referéndum del domingo, que también resulta infantil y fabulosa. Y como su previsible resultado, que será, sin duda, admirable e irreal. Sobre la campaña cabría decir que está ya en su recta final sin haber apenas comenzado. Sabemos que ha habido mítines, pues lo vemos a diario en la tele y los periódicos, pero no conocemos a nadie que los haya presenciado. Y sabemos que los líderes políticos llevan varios días diciendo cosas increibles, que, de ser ciertas, nos llenarían de alegría o de zozobra, aunque, curtidos ya en lides como ésta, todos les aplicamos la correspondiente cuota de descuento. ¿Cómo entender, si no, el gran espectáculo al que estamos asistiendo? ¿Cómo explicar que los que proclaman su reivindicación de más Europa pidan el no para el Tratado que asegura su futuro, al tiempo que acusan de escasamente europeístas a sus firmes defensores? ¿Cómo casar que el Gobierno que ha convocado el referéndum tenga en contra a sus aliados más solícitos y a favor a sus más implacables adversarios? ¿Cómo aceptar, en fin, que los argumentos pro sí se muevan entre el sopor y la cursilería y los pro no entre la cursilería y el sopor? ¿Es que nadie tiene, con rigor, nada bueno, ni nada malo, que decir de un Tratado de tanta trascendencia para nuestro futuro colectivo? Tanta, que no es extraño que una campaña infantil, de puro fabulosa, acabe por fuerza en un resultado admirable e irreal. Admirable, sí, porque sean muchos o pocos los que voten el domingo, y más o menos lo que se inclinen por el no o por el sí, habrán de hacerlo echando mano de la llamada ciencia infusa: el único consuelo es que, al parecer, los electores han resistido la tentación de leerse el mamotreto del Tratado que se somete a referéndum, lo que probablemente les hubiera provocado un paralís del que todavía no habrían logrado reponerse. E irreal, porque descontados los que no sabrán exactamente lo que votan y los que, se vote lo que se vote, siguen siempre a su partido, nos quedará una ratificación popular daquella manera : de nunca jamás... o de siempre por siempre, lo que, en cierto modo, viene a ser la misma cosa.