De divisiones y empates

| EDUARDO CHAMORRO |

OPINIÓN

03 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

LA DENODADA participación vicaria de la prensa en la campaña electoral americana ha dado lugar a una interpretación de la pugna como una epopeya de la opinión europea, altamente ideologizada, frente a unos materiales informativos tratados con un entusiasmo activista y militante. Gracias a ese frenesí, propiamente visceral, hemos gozado de titulares tan pintorescos como los que anunciaban un «empate total» y planteaban un «país dividido». Las cosas que pasan se convierten por esa vía en acontecimientos políticos y en fenómenos sociales de realidad improbable y caducidad vertiginosa. Un empate total puede tener sentido para quien conciba un empate parcial o a medias. Si hay empate hay empate, y el fenómeno es tal cual sin necesidad de aspavientos melodramáticos o de gramática-ficción. Por otro lado, nadie que recuerde lo que eran los Estados Unidos en el transcurso de la guerra de Vietnam puede referirse a la actualidad de ese país para calificarlo de dividido . Más bien cabría hablar de un país equilibrado en una inestabilidad resuelta con una mayoría de votos populares a favor de Bush. Así las cosas, el triunfo de Bush va a ser una auténtica lata, una pesadez ecuménica. Las administraciones demócratas suelen ser más suculentas y divertidas, mientras que las republicanas no pasan, como mucho, de entretenidas. Bush y su equipo de gobierno garantizan la producción y mantenimiento de un tipo de pesimista lóbrego perfectamente lubricado para dar en pelmazo, de una especie de animador cultural tipo Michael Moore, diestro en vender centollos huecos a la santurronería antiamericana. Las administraciones demócratas son expertas, por el contrario, en pesimistas radiantes y con un punto de gloria improvisada; son gente amena en un espectáculo obviamente ineludible. El eventual resultado de estas elecciones refrenda una política antropológica, coherente con el drama de las Torres Gemelas y adecuada a una paranoia cuyas razones no se ven precisamente mermadas por lo que pasó en Madrid el 11 de marzo pasado, ni por lo que el juez Garzón va poniendo en el tablero. América se siente amenazada y sola. Son sensaciones en las que nos cabe una cierta responsabilidad. Las simpatías por Kerry a este lado del Atlántico se han administrado con tanto atolondramiento que el electorado americano ha podido sentir con un matiz de escándalo cualquier dosis de hipotético repudio hacia la política de Bush. Entre la espada y la pared, el votante americano ha decidido rechazar a Kerry y laminar al partido demócrata, en minoría en la Cámara y en el Senado. El vencedor se lo lleva todo. Por eso deberíamos haber tomado ciertas precauciones para que no se llevara tanto. Se nos olvidó cuidar la opción de quedarnos como estábamos, y ahora estamos peor. La victoria parece ser total. Ahora sí que estamos divididos.