San Ignacio Mini

OPINIÓN

20 oct 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

DESDE QUE SUPE de su existencia por medio de la película La Misión y de los relatos del padre García del Cerro, siempre tuve unos deseos enormes de visitar alguna de las 30 reducciones jesuíticas. Estas eran agrupaciones de indios guaraníes en grandes pueblos para evangelizarlos, enseñarles la cultura europea y, sobre todo, protegerlos de los colonos (que capturaban miles de indios para utilizarlos como esclavos). Los jesuitas comprendieron que para proteger a los indios había que hacer comunidades separadas de las zonas habitadas por los colonos europeos. Allí podrían vivir con libertad y dignidad, aunque tuviesen que pagar tasas a la Corona. Representan una de las más intensas y exclusivas aventuras políticas, culturales y ecológicas de la Historia, de tal forma que ante los ojos de muchos aparecen como la plasmación real de la República de Platón, la Utopía de Tomás Moro o la Ciudad del Sol de Tomás Campanella. En mi reciente viaje a Argentina pude por fin colmar este deseo. Situada en la provincia de Misiones, San Ignacio Mini fue fundada en 1610 por los jesuitas José Cataldino y Simón Masseta y en su época de máximo esplendor llegó a albergar 4.300 guaraníes. Impresiona todavía hoy contemplar el trazado urbanístico y la arquitectura de estas poblaciones. Había una casa de resguardo para los huérfanos y viudas, talleres para trabajar piedra y madera, fabricar instrumentos de todo tipo, incluso musicales, escuelas de pintura, huertas, ganadería y un cementerio, lugar sagrado para los indios. Los jesuitas respetaron la cultura guaraní al tiempo que les proponían otros elementos culturales; por ejemplo, en ellas se enseñaba español pero se permitía hablar el guaraní (algo mal visto por la Corona). Durante 150 años un grupo 60 jesuitas ofrecieron promoción humana y social a más de 140.000 indios, hasta su expulsión en 1768 por orden de Carlos III. Hombres de una profunda vida espiritual, dispuestos y bien entrenados para sufrir lo necesario para «mayor gloria de Dios y bien de las almas». Pero los poderes europeos no toleraban ningún tipo de expresión fuera de sus intereses económicos, y la envidia jugó también su papel. Los jesuitas siguen promoviendo una cultura de paz, solidaridad e igualdad, y podemos decir que en la actualidad los colegios de Fe y Alegría son la versión moderna de aquella notable experiencia humana y religiosa en tierras latinoamericanas.