ESTE CRONISTA pensaba que, con tanto talante, la palabra «odio» había desaparecido -felizmente- de la política española. Pero no. Sigue pululando por ahí, y a veces asoma como un fantasma. La acaba de utilizar José María Aznar, en declaraciones al diario alemán Die Welt , donde identificó al PSOE gobernante como «el partido del odio». Creo recordar que no es la primera vez que Aznar utiliza esa expresión. Ayer, en la entrevista de Iñaki Gabilondo en la Cadena SER, le respondió Rodríguez Zapatero: «No sé lo que significa la palabra odio, ni en mi vocabulario vital ni en mi vocabulario político». Si aquello fuera un debate, Aznar seguramente le hubiera replicado: «Odio es deshacer sistemáticamente lo que yo he construido». Personalmente, creo que no es odio lo que existe en las relaciones entre los dos grandes partidos. Es otra cosa. Es legítima ambición por marcar diferencias, como se prometió al electorado. Es, en su parte menos positiva, la tensión habitual entre una fuerza política que le arrebató el poder a la otra, de la forma más imprevista. Es como un deseo del cesado de que el sucesor fracase. Y es un instinto del nuevo de airear los papeles que encuentra, como el caso de la Medalla del Congreso de Estados Unidos. Ocurre también en la crónica diaria. El PP, por mucho que disimule, parece que está deseando que haya una mala noticia, aunque sea de crecimiento del desempleo, para salir a la palestra, como si estuviera celebrando ese mal dato. Zapatero tiene que morderse la lengua para no calificar la crisis de Izar como «problema heredado», pero lo dice. Y ayer mismo, ZP dijo que es partidario de que Aznar declare en la Comisión. ¿Y cómo reaccionó Rajoy? Insinuando que habrá que llamar al actual presidente. Todo eso se mezcla con la tentación del revisionismo. Siguiendo una larga tradición española, el PSOE está sometiendo el periodo de Aznar a una revisión metódica, pero nunca confesada. Se nota en algunas filtraciones a medios informativos. Lo pagan algunos servidores públicos, que son condenados al ostracismo, por el único pecado de haber colaborado con el anterior. Y hay ejemplos ostentosos, como el presunto déficit oculto que habría dejado la Administración del PP: según los equipos de Solbes, más de 15.000 millones de euros. ¿Justifica todo eso la palabra odio? Suena más a revancha. A pura debilidad humana. Probablemente, lo que a Aznar le parece odio ahora que no está en el poder, es similar a lo que él hizo con Felipe González. Por lo menos, a Felipe se lo parecía. Debe ser ley de vida¿ política. Yo sólo sé decirles a todos: hombre, si pueden, no usen esas palabras. Las empiezan a utilizar como recurso, y las acaban creyendo los votantes.