La estrategia de Kerry

JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL

OPINIÓN

14 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

ADEMÁS de las siglas JFK, John Forbes Kerry comparte otras cosas importantes con John Fitzgerald Kennedy. El actual candidato demócrata a la presidencia de EE.?UU. es católico, cosmopolita, se rodea de personas más inteligentes que él, pertenece a la aristocracia de Nueva Inglaterra, fue un héroe de guerra y es senador por Massachussets. Sin embargo, no lo tiene fácil. La prioridad de Kerry en los próximos meses es dejar de ser un desconocido para el votante norteamericano y mejorar su capacidad de venta, muy alejada de la de su admirado John F. Kennedy o de Bill Clinton, todavía añorado por las bases. A pesar de la brillante puesta en escena de la Convención de su partido a finales de julio, el candidato no ha conseguido despertar mucho interés en la ciudadanía. Le falta carisma, visión, mensaje, cercanía. Sus diecinueve años en el Senado le llevan a mostrar flexibilidad y complejidad en sus razonamientos antes que convicciones y populismo. Desde principios de los sesenta, la clave de las campañas políticas en EE.?UU. son los anuncios en televisión (masivos, muy caros y con frecuencia negativos) y los debates entre candidatos. En ambos es muy importante simplificar y Bush lo hace sin problemas, apelando a su condición de líder fuerte. Como ha explicado Joe McGinnis, uno de los responsables de la exitosa campaña de Nixon en 1968, en televisión la personalidad cuenta mucho más que las ideas y el estilo que la sustancia. La imagen del presidente republicano conecta con el hombre de la calle, aunque Bush es responsable de una gestión mediocre de la economía y le llueven las críticas por las razones con las que justificó la guerra de Irak y por una posguerra mal dirigida. Además de tratar de convertirse en un producto atractivo para televidentes, Kerry basa su estrategia para los próximos meses en el efecto Edwards . Su compañero de ticket tiene el glamur que a él le falta. John Edwards es senador de Carolina del Norte y se hizo millonario pleiteando sobre daños. Este brillante orador, digno protagonista de una novela de John Grisham, puede ser un revulsivo para devolver al campo demócrata la media docena de estados del sur que desde la presidencia de Reagan votan republicano, lo cual sería suficiente para inclinar la balanza. Por otra parte, John Kerry tratará de aprovechar cualquier síntoma de desgana de George Bush durante la campaña. En 1992, George Bush padre perdió frente a Bill Clinton en buena medida por falta de entusiasmo. Su hijo podría caer en el mismo error y no dejar claro a sus electores que quiere conservar su trabajo a toda costa. Es cierto que en EE.?UU. los presidentes no pierden reelecciones en tiempos de guerra, pero es difícil predecir cómo reaccionarán los votantes después de los primeros compases de una guerra distinta a todas las demás y comenzada hace muy poco, el 11 de septiembre del 2001. Todo parece indicar que las elecciones de noviembre se ganarán por un margen pequeño. La llave la tienen el 10% de verdaderos indecisos, que hasta octubre no decidirán en quién confiar o por qué producto dejarse seducir. Tal vez también influya el candidato independiente Ralph Nader, dispuesto a quitarle algunos miles de votos al campo demócrata. Si finalmente Kerry llega a la Casa Blanca mi sensación es que será un buen presidente, capaz de entender los matices de la política internacional y de recuperar el prestigio diplomático de EE.?UU., algo esencial para que los privilegiados europeos vivamos con paz y bienestar. Por lo menos unas décadas más, necesitamos que EE.?UU. siga siendo la «nación indispensable», como la denominó con acierto Madeleine Albright, es decir, que tenga un papel acertado en la garantía de nuestra seguridad y en la difusión de las ideas de democracia y libertad por el mundo.