Compartir las tinieblas

OPINIÓN

10 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

EL GRAN PROBLEMA bioético es cómo cuidar bien del ser humano frágil y angustiado que vive el duro trance de la enfermedad. Durante siglos los médicos se las arreglaron para mantener la confianza en el centro de la escena, incluso con un conocimiento mucho menor que ofrecer a sus pacientes. Hoy día la confianza ha dejado de ocupar ese lugar privilegiado, en detrimento de la calidad asistencial, como evidencia el espectacular aumento de las demandas judiciales, los ataques a médicos y las quejas de los usuarios. Muchos médicos practican una medicina defensiva. Habrá que preguntarse qué pasa. Creo que entre las causas que erosionan la confianza está precisamente la pérdida de un contacto íntimo y humano entre profesionales y pacientes. Com-pasión, padecer con¿ una virtud que combina atención activa al bienestar de otro con una conciencia imaginativa y una respuesta emocional de simpatía, ternura e inquietud profundas ante la desgracia y el sufrimiento del otro. La gente se siente reafirmada y atendida por una persona compasiva. El tono emocional es parte de la asistencia prestada. Los médicos y enfermeras que no expresan compasión sino sólo destreza profesional a menudo no pueden ofrecer lo que más necesitan sus pacientes. La comunicación emocional es parte fundamental del cuidado. Es verdad que el contacto constante con el sufrimiento puede desbordar y a veces agotar al profesional, y por eso algunos propugnan un distanciamiento emocional. Habrá que estar atentos a ese fenómeno. Con todo, el hecho de que la implicación emocional pueda a veces quemar debe servir sólo como aviso, no como base para suprimirla: sigue siendo un imperativo. No puedo entender al oncólogo que, avisado de que un paciente suyo ha ingresado de urgencia durante el fin de semana y está en las últimas, no se digna subir a planta a verlo y despedirse de él. La expectativa de que médicos y enfermeras animen, escuchen y alegren a los pacientes, haciéndoles sentir que son alguien y no algo, es una obligación de la profesión, aunque bien es cierto que no todos los profesionales la practican y algunos ni siquiera la reconocen como obligatoria. No abordar esta cuestión indica que uno es moralmente menos serio de lo que podría (y debería) ser. Aquí radica la excelencia que debería buscarse, que no la autopromoción o notoriedad de ser el primero en hacer una nueva proeza técnica.