LAS TERTULIAS de radio tienen una merecida aceptación de millones de oyentes porque es el único fenómeno periodístico que teatraliza la actualidad informativa, mejor o peor interpretada por unos actores ocasionales, que se transfiguran en oráculos y hasta se mimetizan en sabios personajes que dicen sentirse capaces de enderezar los tortuosos rumbos de la historia de cada día. Esa puesta en escena produce, como es lógico, una clientela fiel y hasta forofa por determinadas tertulias, según la tendencia del guión o de alguno de sus participantes. Los tertulianos se comportan, colectivamente, como un equipo de fútbol: unos largan por la derecha, otros por la izquierda; unos defienden y otros atacan y todos quieren meter goles, por lo que cabe deducir que la táctica de derecha e izquierda sólo son posiciones virtuales de un guión que tiene por objetivo calentar los oídos de los oyentes y engancharlos en la trama. Es decir, pedagogía periodística de pata negra. Entre los tertulianos hay de todo, como en botica. Políticos amortizados o en activo, abogados, economistas, sociólogos, profesores y, por supuesto, abundantes periodistas, que suelen ser los actores de carácter de la representación. (Por cierto, la cuota femenina es más bien escasa). Entre estos últimos, hay algunos periodistas con cargos de responsabilidad, que suelen hablar con la mesura propia de quien no se puede permitir una frivolidad. Otros, la mayoría, son mercenarios del oficio tertuliano, que representan el papel que la actualidad le dicta. Un día son expertos en estrategia internacional y otro en biología molecular. En cuanto a las maneras de actuar, hay tertulianos radicales que exageran sus intervenciones como si fueran predicadores del bien y del mal absolutos. Los hay pedantes, que pretenden demostrar sus vastos conocimientos de todo y se permiten corregir a sus compañeros tertulianos de forma impertinente. Otros interpretan el papel de llevar la contraria por sistema. Algunos demuestran su resentimiento por alguna canonjía perdida y, por el contrario, hay defensores a ultranza del poder político, incluso en ambientes hostiles. (Suelen ser los más pluriempleados). En cuanto a su personalidad, hay tertulianos que se manifiestan como independientes, aunque sus contradicciones los delatan. Entre los políticos, algunos dicen en la radio lo que no se atreverían a decir en su partido. Sin embargo, otros políticos moderan con sus palabras la agresividad de sus líderes. También participan oportunistas, personajes de corcho -que siempre flotan-, demagogos anacrónicos que son utilizados como actores de contraste y, por último, hay tertulianos tontos, metidos en el guión por algún compromiso o para activar el morbo. Son tontos conscientes de que lo son y por eso participan en el show , porque si fueran tontos biológicos nadie se atrevería a ponerlos delante de un micrófono, porque podrían decir verdades inconvenientes. El tonto programado tiene su mayor protagonismo en el tiempo de los oyentes, cuando se desahogan los más forofos, que machacan sin piedad sus tonterías. En una reciente tertulia, un oyente acusaba al tonto oficial de dar opiniones confusas y absurdas. La contestación del aludido fue la que corresponde a un tonto muy profesional: «Mire usted, los periodistas estamos para sembrar dudas...». El tonto, sin duda inspirado, se salió del guión y el tontolculómetro , palabro del diccionario de extravagancias de Forges que mide los efectos del tonto en activo, se puso al rojo vivo. Sólo a un tonto de categoría se le ocurre sembrar dudas a las doce de la noche... Nunca os creí violentos ni alborotadores; defendíais los colores (igual que los de nuestra bandera gallega) con estusiasmo alegrando con vuestros cantos (a veces no muy ortodoxos) el campo de Riazor. El otro día un desalmado acabó con la vida de uno de los vuestros. Él también amaba esos colores pero como lo hace la buena gente, con alegría y respeto a los demás y vosotros disteis la cara. La vida de un ser humano está por encima de todo, renunciado a lo que durante años fue vuestro norte y disolver vuestra peña para trabajar por la paz en los campos pero hay que ir todos juntos. Piden que vaya más policía al campo; qué triste que no sepamos comportarnos como seres humanos. Yo desde aquí pediría a las autoridades competentes que algunas de las películas de la televisión las seleccionaran un poquito, yo a veces tengo que cambiar de canal por el grado de violencia, escenas durísimas que no todo el mundo está capacitado para ver... No sólo el deporte acarrea violencia, es esta triste sociedad donde el respeto a los demás es un triste cuento. Empecemos por respetar a las 6 de la mañana a los vecinos que están durmiendo, eduquemos a nuestros hijos en el respeto y lo mismo en los colegios y hagamos que nuestra ciudad pueda seguir presumiendo de que aquí nadie es forastero. E.D.P. A Coruña. Padezco fatiga crónica; una enfermedad altamente incapacitante que cursa con cansancio extremo, dolor generalizado y graves disturbios psicológicos secundarios; una serie de síntomas insufribles carentes de signos objetivos que refuerzan el escepticismo de muchos profesionales médicos; que ante la dificultad de explicar la causa y buscar posibles tratamientos infravaloran el problema e ignoran a estos enfermos. «Si el tumor es más grande que el enfermo, no hace falta ser médico para verlo». Serían estos retos y otros los que debían alimentar la vocación médico-científica. ¡Por favor! doctores, somos pocos, generamos poco negocio pero somos humanos, y la humanidad debía ser principio básico de su profesión. Saturnino González Novoa. Ourense. Que la hipocresía y la falta de originalidad son características que complementan la incapacidad de buena parte de los políticos que nos toca sufrir ya no coge a nadie por sorpresa, lamentablemente. Por eso, tampoco sorprende que, en una acción más circense que social, la Xunta anuncie la constitución de una ¡comisión autonómica antiviolencia! con la débil e increíble excusa de velar por la seguridad en el deporte gallego. Todavía me estoy frotando los ojos después de leerlo en el periódico, y supongo que los directivos de los clubes y los descerebrados e inadaptados, protagonistas de la violencia en los campos, se frotarán las manos porque, una vez más, se librarán de que el peso de la ley caiga sobre ellos con firmeza. En lugar de promover soluciones eficaces fundamentadas en la educación y el civismo, en la sana competición, en la convivencia y, desde luego, en la aplicación del Código Penal, los sesudos políticos de la Xunta, amparados por los presidentes de sociedades privadas, por lo tanto con ánimo de lucro y culpables en gran medida de lo que está pasando, pero a los que nadie exige responsabilidades, tienen la sabia ocurrencia de promover una iniciativa burocrática más. ¿Cree alguien, aparte de ellos, políticos y directivos, que es necesaria una comisión antiviolencia gallega cuando ya existe una de ámbito nacional? ¿Es que esa comisión nacional no tiene competencias y medios suficientes para intervenir en conflictos ocurridos en Galicia? Julia R. Sánchez. A Coruña.