AYER ha sido un buen día para el Gobierno y el Partido Popular. De los mejores días de los últimos meses. Amaneció bien en la prensa, con un buen eco de la conferencia-programa de Mariano Rajoy y un mal eco de los socialistas que corearon a José Barrionuevo en la presentación de su libro. Siguió estupendamente en Nueva York, donde hubo una posición unánime del Consejo de Seguridad sobre Irak, y eso suaviza las tensiones españolas internas. La decisión de tener tropas nacionales allí ya no parece tanto un capricho personal del presidente Aznar, y la oposición no puede hablar tanto del «trío de las Azores». Esas son las consecuencias partidistas en España. Y, a efectos de conservación del poder, ha caído del cielo la encuesta del CIS sobre Madrid. Ni los más optimistas de la Villa se atrevían a soñar tan buenas perspectivas. No os fijéis solamente en esa previsión de que el PP subirá dos escaños, que esos datos se ofrecen a la baja, para no suscitar un exceso de entusiasmo. Fijaos en el sondeo que hizo el CIS antes de las elecciones del 25 de mayo: en ese estudio, efectuado sobre la misma muestra y por la misma consultora, la ventaja del PP sobre el PSOE era de tres puntos. En este momento, la ventaja es de ¡trece puntos! Alguna otra encuesta no publicada, como la del Instituto Gallup, ofrece una ventaja del PP todavía algo mayor. Quiere decirse que, salvo desgracia, Esperanza Aguirre empieza a saborear la expectativa de una cómoda mayoría absoluta. Pero quiere decirse, además, que el Partido Socialista -no Izquierda Unida, que también sube-, como apuntábamos hace días, no ha sabido conducir debidamente la crisis de Tamayo. No resultó creíble en su estrategia de culpar al Partido Popular de la compra de los dos diputados traidores. Y no resultó creíble, sencillamente, porque no supo o no pudo aportar las pruebas de tal acusación. Si a ello se añade que Rafael Simancas no salió fortalecido personalmente de la contienda, se obtendrá un diagnóstico completo de la situación. Ante todo ello, sin voluntad alguna de precipitar acontecimientos, sólo cabe decir: atención, señor Rodríguez Zapatero, que empiezan a pintar bastos. Madrid era para la izquierda la joya de la corona. La tuvieron en la mano y la perdieron tontamente. Si ahora no pueden ni soñar con ella, se pierde algo más que una encuesta: se pierden también muchas ilusiones de cara a las elecciones generales. Y no quiero ni pensar qué ocurriría si en esas urnas se «visualiza» una diferencia de trece puntos con respecto al PP. Más de una voz empezaría a reclamar dimisiones y a pedir nuevos rostros en el cartel. Y hay que decir que, a pesar de la escasez de personajes en el banquillo, hay muchas ganas de moverlo.