La ONU y el miedo

EDUARDO CHAMORRO

OPINIÓN

15 oct 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

DA LA SENSACIÓN de que la ONU se ha quedado sin nada que decir, o en una situación tan embarazosa como para entender que no debe, no puede o no le conviene abrir demasiado la boca. Si la condición más previa para decir algo sin quedar como un cantamañanas es tener algo que decir, puede que la ONU considere suficientemente elocuente lo hecho -o padecido, más bien- y tan significativo como para no añadir una palabra al asunto. Y ¿qué ha hecho la ONU? Pues recular ante el ataque. Esta es la respuesta más cruda; también la más desalentadora si pasara de ser una actitud coyuntural a una guía de conducta permanente. Los dos atentados sufridos por la ONU en Irak en agosto y septiembre pasado han llevado a la evacuación de su personal y al desmantelamiento de buena parte de sus planes y proyectos en aquel país. Eso significa la desaparición de un suministro de comida básica para 27 millones de personas, la suspensión del tratamiento de aguas residuales, el anquilosamiento en los suministros de medicinas y la paralización de los trabajos en el Alto Comisariado para los Refugiados. En menos palabras: hambre, enfermedades y frustración. Y lo peor es la impresión -quizá equivocada- de que la ONU estaba esperando en Irak la mejor y más crucial oportunidad para irse. La ONU estaba incómoda en Irak, cosa bastante normal si se piensa que la ONU tiene un cierto número de razones para sentirse incómoda consigo misma. No es la menor, ni la menos elocuente, entre esas razones, la decisión por la que Naciones Unidas entregó, el pasado marzo, la presidencia de la 59 sesión de la Comisión de Derechos Humanos a la señora Nayat Al Hayayi, representante del régimen del coronel Gadafi, un dictador que mantiene en vigencia la prohibición de los partidos políticos y la prisión y tortura para quienes estiman que la vida en Libia podría ser bastante más llevadera con el coronel Gadafi alejado del poder y éste, el poder, transformado en democracia. Eso por un lado. Por otro, nadie en sus honestos cabales puede suponer que una intervención humanitaria y pacificadora en un país en estado de posguerra armada y sumamente beligerante, va a transcurrir como una gira campestre de la que el visitante se va a ir de rositas. En escenarios como ese, los muertos es lo primero que se calcula. Son los protagonistas del peor escenario posible, en el que siempre conviene ponerse para prever y prevenir la reacción más adecuada a la hora en que las cosas vengan realmente mal dadas. Porque así son las cosas cuando se afronta el terror incluso por la vía más pacífica y humanitaria. Si entonces se entiende que la respuesta más adecuada ante el terror consiste en recular y retirarse, conviene tener en cuenta que semejante reacción demuestra que el terrorismo es rentable. Frente al atentado y ante el recuento de sus muertos, la ONU ha decidido tenderse un puente de plata por el que pasar del multilateralismo y los discursos grandilocuentes a un reino que se llama Babia, Inopia o Limbo. Es posible que el secretario general de la ONU esté cayendo en la cuenta de que su reino no es de este mundo. Pero cada cual es muy dueño de elegir el guindo en el que encaramarse para contemplar, sin ensuciarse las manos, como la ONU no considera dignos de su causa a sus propios muertos y prefiere convertir su elevado coste en el premio de los asesinos. Tal como me decía Ernesto Sánchez Pombo al comentar estas cosas: «Chamorro, o medo é libre».