Salvajes disimulando

| MONTSE CARNEIRO |

OPINIÓN

10 jun 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

SI LA Pedra do Oso que acaban de saquear de la playa de Reira cupiese en un bolso hace tiempo que no estaría allí. Somos legión los que llevamos para casa cuanto tropieza en nuestros pies y nos deleita, desde un alambre retorcido a una estrella de mar, una vara bien hecha, un trozo de cerámica descatalogada, o un tractor de arena para el pendello familiar. Da igual que tengan o no tengan aparente utilidad, que sean materias primas o manufacturadas, uno se apropia de ellas en un gesto primitivo y vergonzante, y sigue su camino rumiando las mayorías de un sólo hombre de Thoreau y excusas por el estilo. Pero hay que corregirse. Con gente así la civilización no va a ningún lado. Tampoco con los poderosos que arramplan paisajes enteros (aun si se los llevasen para casa) bajo el silencio de los que hoy levantan el dedo sancionador. Estamos todos en lo mismo, nos diferencia la discrecionalidad, la capacidad para el disimulo. El ladrón del Oso Nejro, jeta descomunal, que disimule y lo devuelva.