LA SEMANA PASADA me acerqué subrepticiamente a uno de los tres quioscos de la plaza de Manuel Becerra, aquel situado frente al bar Tuxpán, y me compré el Hola . No pude resistirme a su muy sugerente portada. En ella Sara Montiel se muestra igual que un pollo bien nutrido en brazos de Tony Hernández. Ambos, maquillados como máscaras, sonríen con elegante timidez. Cuán reconfortante su sonrisa ante las carcajadas sarcásticas a que nos tiene acostumbrados últimamente Aznar, carcajadas heladoras que parecen anunciar extraños acontecimientos por venir. He de decir que yo siempre he admirado a la Montiel. Me gusta su manera filosófica de ver el mundo y su entusiasmo núbil. Estando como estoy en contra del matrimonio, admiro sin embargo a los seres que casan y divorcian varias veces. El matrimonio -de propio un rito bastante hortera- se convierte por obra y gracia de la repetición en un deporte de alto riesgo mucho más simpático y saludable. A cada uno sus pruritos. Mi amiga Natalia dice que lo mejor en esta vida -lo más sexy- es ser viuda. A ella le gustaría presentarse en los saraos compungida, vestida de malva y con tacón de luto. Lo suyo son restos de la edad del Glam , me temo. Sara Montiel está estupenda, saludable, lista, vividora, la cabeza le funciona como a Séneca. Su inmersión en el universo Tony -con separación de bienes- resulta semejante a la decisión de Leni Riefenstahl, que aprendió a hacer submarinismo a los setenta y muchos. Vitalismo inyectado directamente en vena y aderezado con exclusiva y con strass . Anteayer, estábamos Óscar Esquivias y yo en Chueca, en uno de esos bares de bocadillos con parte de atrás donde se meten los chavales para fumar porros. Pedimos dos fantas y Óscar empezó a escribir postales a varios amigos portugueses. Desde la pared nos contemplaba una Sara Montiel de tamaño natural orlada de lentejuelas, anunciando su espectáculo. -Se ha casado- dije yo. La señora del bar terció muy sonriente: -No, si no es ella, éste es mi vecino del quinto, que es travestí. -Vaya -dijo Óscar-, ya decía yo que estaba aquí muy joven y atractiva. Emprendimos después camino a casa, por las calles sembradas de turcos, mientras la tarde de octubre empezaba a teñirse de lavanda. Óscar regresaba a hacer la cena, yo a corregir la maldita traducción y a pensar en un cuento que no sale y que tengo que entregar a fin de mes. Santa Sara, no me abandones. -Que las musas te acompañen. -O los musos -dijo Óscar a modo de despedida, agitando en el aire su carpeta.