La soledad de Touriño

OPINIÓN

12 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

MANUEL FRAGA, en el invierno de su trayecto político, se entrega a su etapa final como presidente de Galicia interiorizando un sentimiento galleguista que le hubiera costado la cárcel en los tiempos de sus ministerios de información y turismo o de gobernación. Frente a él, dos aspirantes a la sucesión desde las filas de la oposición. De una parte, Xosé Manuel Beiras, convencido de su contribución a otro proceso de cambio milagroso para una formación que pasó en los últimos doce años de las barricadas a la toma de las instituciones y a la aspiración de convertirse en un centro nacionalista que se equipare al PNV y a CIU, capaces de entenderse según el escenario o la coyuntura, con el PSOE o con el PP. De la otra parte, Emilio Pérez Touriño, hacedor de la pax romana en la irredenta aldea del socialismo gallego que ha causado muchas bajas dentro y fuera del partido pero, pero con la satisfacción de 10.000 nuevos votantes que mejoraron su posición respecto de las anteriores elecciones del 97. Socialistas y nacionalistas están llamados a entenderse para constituir gobiernos alternativos a la derecha como ha ocurrido en las ciudades y su alianza es la única posibilidad de cambio para Galicia en el futuro postfraguiano. Al menos, así era hasta la rotunda escenificación del abrazo de Manuel Fraga y Xosé Manuel Beiras en el último debate del Estado de la Autonomía que deja expedito el camino a previsibles alianzas en las municipales del 2003. Touriño se queda solo en el ruedo de la oposición, con el peligro de dejar al socialismo sin oportunidades de gobenar en los ayuntamientos. Exactamente lo contrario de lo que el PSOE busca para el resto de España como paso previo para recuperar el gobierno del país.