En Salem, allá por finales del XVII, la enfermedad de moda era la brujería. Pero la historia siempre tiene brujos y brujas, histerias, astrólogos, exorcismos y un McCarthy dándole caza a los nacidos en capricornio porque de sus testículos cuelga una etiqueta donde dice: «¡Hala, Zapatero!». En los días de Breznev había una maga en Moscú, la Davitashivil, camarera de un chiringuito donde cocinaba churros por un tubo, cuyas palabras y manipulaciones ponían al citado político como para tocar el violín, igual que Sherlock Holmes. Con esto del Premio Cervantes de Arthur Miller y del emérito monseñor Setién que confunde a conciencia el culo con las témporas, los brujos y aquelarres se nos enredan como gusanadas y la vida se nos llena de incertidumbres. Lo mismo ocurría en los tiempos no muy lejanos de López Rega, el Brujo argentino de Perón e Isabelita. Ahora anda González, montado a la gineta en una escoba, dando oros y bastos a babor y estribor como si el mundo fuese un boliche de su propiedad. Sobre la testa lleva tiara, sobre los hombros la estola, en la mano el hisopo de agua mágica, en el índice el anillo y en la lengua los latines satánicos. Y ¡ay! a quien cace hurgándose las narices fuera de su ortodoxia. Porque le saldrá el herpes por todo el tocino epidérmico y nadie dará un real en calderilla por su futuro.