NADA NUEVO BAJO LA LLUVIA

Ignacio Lago Peñas es investigador en el CEACS de la fundación Juan March

OPINIÓN

IGNACIO LAGO

23 oct 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

La característica definitoria más destacada de los resultados las elecciones del pasado domingo es su continuidad. No se trata, sin embargo, de un hecho sorprendente. Desde las primeras elecciones autonómicas de 1981, las preferencias electorales de los gallegos en este tipo de procesos electorales se han caracterizado por su continuidad. La volatilidad agregada, que refleja los cambios electorales netos que se producen en un sistema de partidos entre dos elecciones sucesivas debido a las transferencias individuales del voto, ha sido relativamente alta: sus niveles medios superan los 20 puntos, casi tres más que el promedio de las Comunidades Autónomas. No obstante, esta volatilidad ha tenido lugar casi exclusivamente entre los partidos que compiten en el mismo espacio ideológico de izquierda y centro-derecha (volatilidad intrabloques) y no entre los situados en diferentes lados de este espectro (volatilidad interbloques). Es decir, la redistribución de los votos entre los partidos en cada elección apenas ha alterado el equilibrio entre los apoyos de las formaciones políticas de izquierda y centro-derecha desarrollado desde 1981. Existe, en este sentido, y al igual que ocurre en el caso español un fuerte cleavage ideológico ?la percepción que los votantes tienen de sí mismos y de los partidos en términos espaciales de izquierda y derecha? que dificulta sobremanera no sólo las transferencias de voto entre los dos bloques, sino también la movilidad política de los diputados autonómicos entre los dos bloques, como señala el profesor Guillermo Márquez. El caso gallego se ajusta perfectamente a esa máxima de "partidos volátiles y electores estables" acuñada para las primeras elecciones generales en España. Dos consecuencias se derivan de esta intensa lealtad ideológica para el sistema de partidos gallego. En primer lugar, la existencia de una amplia y sólida mayoría del PP, que, gracias a la simplificación del mapa partidista en el centro-derecha gallego y español, le ha permitido gobernar en todas las legislaturas excepto en la primera ?las cuatro últimas con mayoría absoluta?. Su electorado no ha sido de ninguna manera erosionado por el ascenso del BNG en anteriores elecciones ni por la tímida recuperación de los socialistas el pasado domingo. En segundo lugar, y como consecuencia de la nota anterior, el ascenso de alguna fuerza de centro-izquierda, sea o no nacionalista, se produce a expensas de otro partido de ese bloque. Si el crecimiento electoral del BNG desde 1989 y, sobre todo, desde 1993 fue fundamentalmente a costa del PSG-PSOE, la recuperación de éstos en las elecciones del 2001 ha tenido lugar en detrimento de los nacionalistas. En definitiva, desde las primeras elecciones autonómicas de 1981 las habas han estado contadas entre los dos bloques de izquierda y derecha: los cambios que se han sucedido han afectado a su al seno de cada uno de ellos, pero nunca al equilibrio entre ambos.