EL PRINCIPIO

La Voz

OPINIÓN

MUY AGUDO / Ernesto S. Pombo

06 jul 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

La arrogancia y el desprecio que mostró Slobodan Milosevic en su primera comparecencia ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya es la única respuesta que cabe esperar de quien se siente vencido y sabe que la comunidad internacional no va a dejar pasar la oportunidad de que rinda cuentas por los horrores cometidos. Sabe que él es el perdedor. Al margen de discusiones sobre el canje de ayuda económica a Yugoslavia por la entrega de Milosevic, o la soberanía de Belgrado para poder juzgar a sus propios criminales, la imagen del genocida revolviéndose inquieto en el banquillo de los acusados ha sido un alivio para la humanidad. Su actitud desafiante confirma que nos encontramos ante un demente, un exterminador patológico y un mentiroso. Alegra pensar que en un mundo en el que se cuestiona a diario su globalización, la internacionalización de la justicia comienza a ser un hecho. Los criminales, los torturadores y los genocidas se van a ir enfrentado, poco a poco, a tribunales internacionales para ser juzgados. Ya se nos escaparon Stalin, Idi Amín, Bokassa, Videla, Hitler, Franco y tantos otros. Pero la actitud de Chile con Pinochet, la de Argentina con Alfredo Astiz, la de Perú con Vladimiro Montesinos, la de Serbia con Milosevic, y la condena a 40 años de Goran Jelisic, nos abre una puerta a la esperanza que no debemos de cerrar. Aunque nos quede un largo camino por recorrer. Milosevic se cree un héroe que defendió al pueblo serbio de los ataques de los croatas, los musulmanes y las fuerzas de la OTAN. Ha llegado el momento de explicarle y hacerle comprender que no es más que un asesino que tiene que hacer frente a sus atrocidades. Pero la justicia internacional no debe quedarse ahí. La captura, entrega y condena del ex-líder serbio no puede ser sólo una acción aislada. Tiene que servir para suscitarnos la esperanza de haber acabado con la impunidad de gobernantes que cometieron graves atrocidades, abusos de poder y violaciones a los derechos humanos. Milosevic tiene que estar agradecido. Por no acabar sus días como lo hicieron Mussolini o Ceaucescu. Al menos contempla los atardeceres desde una celda con televisión, baño, teléfono y biblioteca. Sus víctimas no tuvieron esa fortuna.