ANJEL LERTXUNDI
10 jun 2000 . Actualizado a las 07:00 h.La única óptica que me permite entender lo que sucede en el País Vasco es la de una encarnizada lucha por el poder: el PNV ve cómo la hegemonía que mantenía tanto en el mundo nacionalista como en la vida política del país va deshaciéndose y el PP acaricia la posibilidad de sustituirle. Podría ser una situación, si en el País Vasco lo normal no estuviera condenado a vestirse de luto.
Lizarra-Garazi era para el PNV una apuesta por disputar la hegemonía nacionalista al mundo radical, pero sólo podía hacerlo ofertando nacionalismo, sólo nacionalismo, lo cual cerraba las puertas a la participación de otras fuerzas. Pero Lizarra se convirtió en un laberinto en el que resultó más fácil entrar que salir, y una aventura que tuvo una respuesta sibilina en las urnas: el PNV no perdió demasiados votos, es cierto, pero muchos se los prestó EH, casi los mismos que se le marcharon al PP. Los prestados de EH volverán a donde estaban; los que se fueron al PP difícilmente volverán ya, asustados por la pérdida de las señas identitarias de moderación que el PNV había supuesto siempre para la clase media, más o menos nacionalista según fuera la climatología política.
Cuando el PNV ha visto que la tozuda realidad no deja más salida que reconstruir los puentes con el PSE, ETA ha puesto su maquinaria en marcha, esta vez con una singularidad: basta un pistolero para desestabilizar la situación un fin de semana sí y otro también.
Aznar sabe que si los puentes del PNV con el PSE prosperan, no habrá elecciones anticipadas y el PNV tendría tiempo para recuperarse. Sus declaraciones del jueves tenían como objetivo evitar que la posibilidad de lograr el poder en el País Vasco se esfume. Para evitarlo, nada mejor que adoctrinar a la opinión pública: todo pacto con el PNV es antinatura, hasta que no cumpla las condiciones impuestas por el PP. Con la opinión pública caliente, los socialistas quedarían sin margen de maniobra.
Mientras la violencia verbal alimenta la agresividad de la ciudadanía, los terroristas siguen poniendo muertos en el altar de la estulticia política de nuestros dirigentes. Las carcajadas de los estrategas etarras retumban en los valles, los montes y los cementerios vascos.