Era uno de los grandes. Un maestro de la sátira. El escritor más brutalmente divertido de los últimos tiempos. Con pocos libros uno se puede reír tanto, desternillarse hasta la carcajada, aunque, como repetía, en ellos hay un material muy serio. Desde sus denuncias devastadoras al régimen del apartheid a sus críticas ácidas e implacables a lo peor de la sociedad británica, en especial a su sistema educativo, y a la estupidez de los seres humanos en general. En la serie protagonizada por Henry Wilt no deja títere con cabeza, los machistas, las feministas, los progres, los reaccionarios, la policía, los jóvenes, los adultos, los curas, al tiempo que desmitifica el sexo, el psicoanálisis, la justicia, el arte o la ciencia. Ningún aspecto de la vida y la cultura contemporáneas queda a salvo de su sátira feroz, a veces salvaje y cruel. Casi siempre brillante en sus furiosas farsas en las que combina ira y diversión. Aunque a algunos les pareciera vulgar, demasiado crudo y ofensivo. Tomando como herramienta el humor y con la ayuda de unos personajes disparatados y caóticos que coloca en situaciones descabelladas disecciona el entramado social para dejarlo en cueros ante unos lectores que se lo pasan en grande. Sharpe se va sin haber cambiado el mundo con sus libros, pero al menos con el consuelo de haberlo ridiculizado mediante el retrato caricaturesco. Por si acaso, compruebo que en mi biblioteca están esa decena larga de obras editadas por Anagrama, que deberían estar archivadas bajo el epígrafe de material inflamable, altamente peligroso.