Soy más de los Reyes Magos que de ese tal Santa Claus. Sigo creyendo en la magia y la ilusión. Así que como todos los años les escribí la carta de rigor a sus majestades con la esperanza de haber sido lo suficientemente buena como para merecer, al menos, una parte de todo lo que en ella demandaba.
Esta vez lo pensé a conciencia. Tal y como están las cosas no me parecía justo insistir en lo material y me decidí por otras cosas que pudiesen contribuir a que la prosperidad nos llegase a todos. La paz en el mundo ya la piden las mises y no sería justo dejarlas sin tan bonito discurso. Por eso me centré en cosas más locales.
La misiva que con esperanza franqueé para oriente consistía en una larga retahíla de peticiones que iban desde el cese de los conflictos entre la policía local y el concello, hasta una salida digna para el asunto del Garañón, pasando por la definitiva y justa solución de los escandalosos casos abiertos en nuestros juzgados.
Al final, y tras saludar debidamente a los magos, como posdata agregué que me conformaba con que trajesen un poco de sentido común porque aunque ya es tarde para evitar algunos problemas iba, sin duda, a salvar los futuros.
A día de hoy sigo esperando. No sé si los reyes me habrán traído lo que les he pedido. Lo sabré con el tiempo. Pero he de reconocer que tengo la mosca detrás de la oreja. En la cabalgata del concello de Rábade apareció como rey mago un imputado en la operación carioca. Si los tentáculos de esta trama de los burdeles llegan hasta lo que a priori parecía intocable no creo que mis deseos epistolares se hagan realidad. Al menos sé que lo del sentido común no me lo han traído, es más, creo que hasta puede que se estén cachondeado.