La muralla verde de Lugo

| ANDRÉS PRECEDO LEDO |

LUGO CIUDAD

29 mar 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

UNOS DÍAS ATRÁS volví a Lugo. Y esta vez no vi la muralla romana, porque mis amigos me llevaron a ver el cinturón verde que poco a poco va circundando el perímetro de la ciudad, siguiendo el curso del Miño y de su afluente el Rato. La milenaria ciudad añade así a su potente muralla defensiva una nueva cerca ecológica, símbolo de una ciudad que recupera sus valores paisajísticos a la vez que los arquitectónicos. Son dos cercas diferentes: una es compacta, opaca y oscura; la otra es abierta, traslúcida y luminosa. El espíritu del pasado ante la filosofía del futuro. Una valoración que, con todo, no es atribuible a todas las actuaciones realizadas o en marcha, porque de todo hay, dado que el feísmo y el buen gusto no son producto de las leyes, sino de la cultura y también del nivel de bienestar material alcanzado. Desgraciadamente, en las aldeas o lugares pobres de nuestra geografía el feísmo no deja de ser la expresión visual de un mal mucho más profundo: la miseria y la ignorancia. Pensar sólo en el feísmo visual o urbanístico sería ponerse una venda en los ojos y quedar en lo superficial, en la imagen esa que tanta importancia tienen en la percepción del campo por el culto habitante ciudadano que busca en él más que un espacio de vida un museo permanente del paisaje, de la arquitectura popular, de la armonía. Recordar aquello de primum vivere, deinde philosophare . De ahí que el mejor antídoto contra la destrucción de nuestra cultura material sea la educación en lo inmaterial, en los valores. Porque a menudo también la avaricia, de unos y de otros, interviene en ese proceso destructivo de nuestro territorio. Así lo constaté, tras visitar nuestra primera reserva de la biosfera, el alto Miño, y ese futuro corredor ecológico, esa arteria verde, que con más voluntad que medios se abre camino por el curso del Miño. Visitamos casas rurales, como A Fervenza, donde se efectuó un encomiable esfuerzo de recuperación patrimonial, paisajística y etnográfica. Todo era una suma de satisfacciones visuales, culturales y gastronómicas. Un buen paseo al fin. Pero en medio de la satisfacción, una escena triste. En uno de los alvéolos del Miño, donde la erosión fluvial generó una morfología inédita, en un bien conservado bosque primigenio de robles centenarios, la mano del hombre procedía a la tala del bosque fluvial. Cuando la Administración provincial intentó comprarlo, el precio solicitado ascendió a tenor de la nueva demanda y ahí se quedó el intento. Se habla de una ley del paisaje, se habla de tantas cosas necesarias, pero la realidad es contundente. La avaricia desmedida está detrás de muchas actuaciones irrespetuosas con el entorno. Unas veces en forma de recalificaciones urbanísticas en el litoral, otras por la falta de protección ambiental suficiente, y en todo caso por el escaso compromiso con nuestro país, que sólo se exhibe cuando nos aporta beneficios. El problema, como casi siempre, no es sólo de leyes ni de inspectores; es de educación, de cultura y, a la postre, de valores. Es el compromiso personal con el país y con los que hayan de venir después. Por eso no sé si llegaremos a tiempo de parar tanta destrucción mezquina, tanto interés oculto, tanta falta de transparencia en las causas y en las culpas, tanta carencia de luz. El espíritu de la muralla verde de Lugo debería envolver toda Galicia.