No digo nada nuevo, creo. Lugo es una mina de restos arqueológicos, que se encuentran, fotografían, documentan y, por lo general, tapan baja toneladas de cemento porque aquí, al contrario de otras ciudades como Mérida, por poner un ejemplo, no se venden al turismo, ni a los lucenses sus restos históricos, a no ser que estén en lugares en los que la piqueta no pueda intervenir, que ahí no toques, son poderes mayores. Entonces se vuelcan, unos más, otros menos, por recuperarlos, enseñarlos y decir de quien fueron las subvenciones, que el voto también hay que trabajarlo. Ahora, nuevamente, el Balneario de Lugo ha desentrañado nuevos datos de nuestro pasado romano con la aparición de una piscina que realmente, paras los que somos clientes de muchos años de estas termas, era algo esperado. Como digo, soy un habitual del Balneario y conozco un poco sus entrañas gracias a su propietario, Antonio Garaloces quien, una vez más y como una empresa particular, paga los trabajos de excavación y documentación de la piscina con alguna ayuda de la Administración que sí, quedará a la vista, como otros restos que pueden verse y visitarse, además de disfrutar de sus aguas sulfurosas y de los servicios que allí ofrecen. Dicen que restos allí encontrados irán al Castro de Viladonga. Y digo yo, ¿por qué un castro y museo de origen celta, con posteriores habitabilidades de otras civilizaciones, tiene que guardar estas piezas? ¿Por qué no tienen que quedarse en el propio Balneario, como están otros restos allí conservados, en unas excavaciones privadas, pagadas por los propietarios —y la Xunta qué, qué aportó— que ha procurado mantener a la vista otros restos en exposición abierta a cualquier visitante? Resulta curioso esto de las excavaciones y los restos arqueológicos en la ciudad. Sigo sin entenderlo. O sí.