Da por probado también que el hombre obligaba a la joven a dedicarse a la prostitución en la zona de O Carme, mientras la «vigilaba» desde la Muralla. Durante varios meses desde que retomaron la relación y él la obligaba a prostituirse, la sentencia afirma que «con ánimo de satisfacer sus deseos libidinosos, la forzaba a mantener relaciones sexuales diarias por la mañana, a primera hora, y cuando acababa la jornada laboral, mediante amenazas tales como que le iba a destrozar la cara y que si le denunciaba la mataba, llegando a insultarla con términos tales como 'puta', y a alzar la mano como si fuese a golpearla, manifestándole que gritase que no la iba a oír nadie».
Afirma la jueza en la sentencia, en este sentido, que «respecto de las agresiones sexuales no solo señala la denunciante que era obligada todos los días a mantener relaciones sexuales con su agresor, sino que apunta a un elemento de dominación machista que arma el delito de maltrato habitual, pues señala que todos los días antes de trabajar, él quería ser el primero, y también al acabar quería ser el último». La sentencia, en el texto, certifica que la joven «vivía en un clima de terror permanente», debido al maltrato habitual y a las amenazas a las que la sometía el ahora condenado.