Un edificio frustrado para instituto

Antonio Prado Gómez LUGO

LUGO

cedida

En 1920 se intentó en Lugo levantar un inmueble singular para la enseñanza secundaria

26 mar 2018 . Actualizado a las 22:44 h.

El Instituto provincial de Lugo, que cumple ahora los 175 años de existencia, permaneció casi la mitad de esa larga vida asentado en locales del Palacio Provincial. Sin embargo, las aulas y dependencias de esas instalaciones no tardaron mucho en considerarse una ubicación poco idónea para las actividades docentes. Por una parte, el Instituto ocupaba únicamente la parte baja del ala norte del edificio, ya que en la principal se situaba la biblioteca provincial y el resto del edificio era utilizado para los servicios administrativos de la Diputación, además de acoger la escuela Normal de maestros durante algún tiempo; es decir, se trataba de un edificio compartido, con las graves inconveniencias que eso implicaba. Por otra parte, las nueve aulas en graderío de que disponía fueron suficientes durante años, pero no eran muchas las posibilidades para habilitar otros espacios, como gabinetes y laboratorios, que la enseñanza más pragmática del plan educativo del ministro Bugallal de 1903 demandaba. De hecho, los Institutos habían pasado a denominarse Generales y Técnicos por un Real Decreto de agosto de 1901, comprometiéndose a ampliar el abanico de estudios tradicionales con materias como las Técnicas agrícolas e industriales, la Gimnasia o la Fisiología e Higiene que requerían dependencias adecuadas. Además, por la céntrica situación del Palacio Provincial, eran escasas las posibilidades de habilitar espacios abiertos para actividades deportivas y recreativas.

Por eso, las críticas aparecieron muy pronto y, a veces, no carentes de humor, como la que se presentaba en el periódico El Eco de Galicia el 24 de mayo de 1873 -cuando el Instituto estaba a punto de instalarse en las flamantes dependencias del Palacio provincial- a través de una noticia en la que se afirmaba que los dos claustros en torno a los que se situaba la nueva construcción quedaban abiertos a los fríos aires del norte, lo que los haría muy agradables en verano para los porteros que quedasen de guardia en la época vacacional, pero en invierno, cuando los utilizasen los alumnos, harían «salir de allí más pulmonías que bachilleres» y provocarían a los profesores catarros crónicos.

Las iniciativas pedagógicas que se producían en las primeras décadas del siglo XX, la creación de la Junta para Ampliación de Estudios de 1907 o el Instituto Escuela en 1918, unidas al aumento de alumnado ahora también femenino, volvían cada vez más obsoletos los locales que ocupaba el Instituto lucense y multiplicaron las peticiones para construir un nuevo edificio para acogerlo. Así al rematar el curso 1917-18 se recibía una comunicación del ministro de Instrucción Pública en la que se pedía al claustro que concretase el lugar elegido para emplazar el centro y para que se enviase al ministerio una relación de las dependencias que necesitaba. El solar para ubicarlo lo ofrecía la Diputación -interesada en ocupar todo el edificio de San Marcos- en la llamada avenida de Segismundo Moret (hoy Castelao), estratégicamente situado entre el casco urbano y la estación del ferrocarril.

Respuesta

En la contestación del claustro se especificaban las dependencias que debería tener el ambicionado establecimiento, lo que nos permite conocer las necesidades y la dotación idónea de los institutos hace exactamente un siglo: siete aulas con capacidad para 80 o 100 alumnos, con una pequeña habitación adicional cada una que contendría un despacho para el profesor; gabinetes y laboratorios de Física, Historia Natural, Química y Agricultura; sala de Dibujo; gimnasio; sala de estudios para 120 lectores por lo menos; biblioteca; sala de juntas; salón de actos; despachos del director y del secretario; oficina de secretaría; archivo; viviendas del conserje y del portero; jardín botánico que pudiese servir para experimentación agrícola; jardín para recreo y un patio.

La construcción del edificio no llegaría a concretarse por los problemas de financiamiento y por la agitada vida política española que se abre a partir de 1923 -dictadura de Primo de Rivera, II República y Guerra Civil-, siendo necesario esperar a los años cuarenta del siglo XX para que se llevasen adelante las nuevas construcciones escolares que conformarían la ciudad cultural de Lugo. Así, la ciudad perdió la oportunidad de disponer de un edificio singular que hubiese dado a su entorno una nueva perspectiva urbana.

*Antonio Prado Gómez es doctor en Historia. Catedrático jubilado del instituto Lucus Augusti