Cuando se acerca el final del año todos nos apresuramos a poner las cosas en orden. Cerramos ciclo y pasamos página. Al menos de aquello que no tenemos que llevarnos cargando sobre las espaldas a la nueva etapa.
Al Concello le cuesta un poco más dar carpetazo a los asuntos pendientes. Se le acumula el trabajo y parece que no se toman las decisiones necesarias para sacarlo adelante. A veces uno cree que cerrando los ojos y dejando pasar el tiempo, que todo lo cura, los nubarrones desaparecen. Sin embargo, para que el cielo se despeje es necesario, como poco, que sople el viento y, si este no viene, habrá que bogar. Es una lata, pero más fastidiado es ir a la deriva.
Las facturas en los cajones no desaparecen por mucho que las escondamos, tarde o temprano son descubiertas. Y si lo que ocurre es que por una fatalidad se han traspapelado, quizás sea el momento de revisar cómo se trabaja en la administración.
Las obras sin licencia tampoco se legalizan solas. Si la excusa es que nadie la pidió, que se corra la voz, porque si esto vale para algunos, también debería de valer para otros. Al menos hasta lo que los ciudadanos alcanzamos a entender, así debiera ser.
Y no nos olvidemos del triste asunto del Garañon. Tendrá que venir un buen vendaval para que el mamotreto del parque se caiga solo. O puede que sea necesario contratar a un famoso mago para que lo haga desaparecer. Ya adelanto que ninguna de las dos opciones es demasiado viable. Toca remar y con ganas.