Dice Salman Rushdie que dejó volar más que nunca la alfombra mágica de su imaginación en su nueva novela como un antídoto al chute de realidad que recibió cuando tecleó sus memorias sobre los años que estuvo amenazado de muerte y protegido por la policía. Así, su nueva obra, de extraño título, tiene todavía un desarrollo más extraño. Abstenerse aquellos que gusten de tramas lógicas. Aquí lo que leerán será al Salman que ya aparecía en los cuentos que dedicó a sus hijos y en libros como El último suspiro del mono o Shalimar el payaso, pero más suelto y más loco que nunca. En las páginas de Dos años, ocho meses y veintiocho noches (si suman, son mil y una noches) hay una tormenta de fantasía sin límite. Es como si la lámpara del genio se hubiese pasado de vatios y ofreciese una sobredosis de diversión. El autor advierte al principio que el que quiera seguir leyendo que se olvide de agarrarse a la realidad. Salman presenta su particular lucha entre el bien y el mal. Más que una lucha, un combate con todas sus consecuencias, cuando lo que se pelean son humanos y genios y malos venidos del más allá. La guerra mundial del siglo XXI. Hay personajes que levitan. Hay mujeres despechadas que disparan rayos por sus dedos. Pero es que también desfilan un presidente de los Estados Unidos que se parece mucho a Obama, Harry Potter o la madre Teresa. Los siglos saltan hechos pedazos. Y es que el autor cree que vivimos en la Era de la Extrañeza, donde las certezas nos las han cambiado y ya no sabemos qué pasará mañana. Los que se dejen llevar por los efectos especiales disfrutarán. Los que no, sufrirán. Hay imaginación desaforada y, eso sí, la habitual tensión y calidad en la escritura que caracterizan a Salman.