Añoranza de las tabernas de Monforte

GONZALO RODRÍGUEZ MONFORTE

MONFORTE DE LEMOS

La foto es de una cena de la directiva del Lemos en este local de la Compañía. Entre otros, aparecen Toniño Rodríguez —hermano del autor de la crónica—, Julio Tabales, Emilio Cuesta y los propietarios de la zapatería Chotán y de la barbería Marrón
La foto es de una cena de la directiva del Lemos en este local de la Compañía. Entre otros, aparecen Toniño Rodríguez —hermano del autor de la crónica—, Julio Tabales, Emilio Cuesta y los propietarios de la zapatería Chotán y de la barbería Marrón ARHIVO G. RODRÍGUEZ

Las antiguas tascas compensaban la falta de comodidades con una buena cocina o con el atractivo de sus vinos tanto autóctonos como foráneos

01 ene 2021 . Actualizado a las 20:16 h.

Las recordadas tabernas proliferaban en calles, plazas y barrios de Monforte hasta hace algunas décadas. En las tascas, como también se las conocía popularmente, el vino era el principal y a veces casi el único reclamo. Vino tinto, sobre todo, en ocasiones autóctono y otras muchas importado de fuera de Galicia. Debido a la cercanía al campo de la feria, que en aquella época se celebraba al pie de los Escolapios, la Compañía era el lugar donde más tascas había. Los pulpeiros servían las raciones en las mesas de las tascas próximas. Por entonces se decía que los días de feria todos los taberneros hacían el agosto, aunque el día cayese en pleno invierno. Las mesas y barras del Número 4, del Pedro del Número 11, del Conde, del Carrazúa, del Pío y del Bar Jardín eran escenario de aquel trasiego.

Del mismo corte, aunque más distantes de la Compañía, estaban las tabernas del Blusas, el Tomás, el Goriñas, la Rosa y el Tomelloso, todas siempre muy concurridas. La mayoría carecían de cocina y el mobiliario constaba únicamente de un par de mesas con bancos o banquetas. Las cubas vacías, y en posición vertical, hacían de posavasos para los clientes. El Carrazúa y el Jardín tenían cocina y la encendían a veces, a petición de los más asiduos, para aliñar tanto un cabrito como un gato.

Los devotos de Baco se acercaban a partir de la media mañana a la tasca de turno para tomar un piscolabis y hacer tiempo hasta la hora de la comida. Por la tarde-noche, más de lo mismo. El propietario del Número 4, conocido como Chinto y ferroviario de profesión, había días que no daba abasto. Su mujer y sus hijos le echaban una mano. Siempre tenían en la cocina algo preparado para que el cliente se pudiese llevar una tapa a la boca y no tener que tomar el vino a palo seco. Iban a buscarlo a la zona de Amandi en un carro de vacas. En ocasiones, hacían noche en la bodega del vendedor en vez de regresar de madrugada a Monforte en ese transporte. Los clientes también podían satisfacer sus paladares con vinos de Toldaos y Paderne.

Una gran blusa blanca

La tasca del Blusas, de las más famosas de Monforte, estaba en los bajos del inmueble número 12 de la calle Ourense, al lado de del campo de San Antonio. Su propietario siempre vestía una gran blusa blanca para los menesteres de la taberna. A las horas punta, siempre estaba muy concurrida. Los vecinos del campo de San Antonio, los Abeledos y Ramberde se dejaban caer religiosamente por el Blusas.

Tomás Rodríguez, propietario de una tasca en Doctor Teijeiro, en el tramo de esta calle más próximo a la plazuela de Os Chaos, presumía de vinos de Espasantes y Vilachá de Salvadur, de donde era nativo. La taberna tenía un comedor con una sola mesa que era compartida por los comensales. Según entraban, y tomaban posesión de los bancos, se les servía el plato del día, que siempre era carne guisada con patatas. Había consenso al respecto: era un plato exquisito y había que comerlo por decreto ley.

La tasca de la Rosa estaba en Rosalía de Castro, conocida popularmente como la calle de las Vacas, en el barrio de la Estación. La propietaria, viuda de un ferroviario, siguió al frente del negocio fiel a los usos y costumbres propios del local. Los clientes tenían que ir a la barra para que la dueña les entregara los vasos. Eran de zinc y de distintas capacidades. El más pequeño, de medio cuartillo. A continuación, el cliente se dirigía al bocoy y él mismo abría la espita para llenar el vaso. Lo propio luego era buscar alguna banqueta, o en su ausencia una caja de gaseosas, para poder sentarse y comer el bocadillo o el tentempié que cada uno tenía que llevar de su casa.

Al fallecer su propietario, ferroviario de profesión y conocido por ese nombre, su viuda Lola y sus dos hijas siguieron al frente de la tasca del Goriñas. La taberna, en la que se vendía también tabaco, se encontraba en la primera casa entrando en el barrio de Rioseco y era un ir y venir de ferroviarios por la proximidad a la estación y a presencia de los bloques de viviendas destinados a sus trabajadores. Frente a la casa en la que se ubicaba la taberna había un terracita con tres mesas, que era una tentación para hacer un alto y degustar sus variadas y famosas tapas.

Carteles de toros, fotos de Manolete y «banderillas» de tapa en la tasca del Tomelloso

La tasca del Tomelloso era, sin lugar a dudas, de las más singulares que existían en Monforte. También se ubicaba en el barrio de la Estación, concretamente en el número 58 de la calle Concepción Arenal, denominada de los Guardias. El nombre de la taberna correspondía a la localidad manchega de la que era originario su dueño, Pablo Briones. Era una tasca muy acogedora. Las paredes interiores estaban engalanadas con carteles de corridas de toros de las grandes plazas e imágenes de los mejores espadas de la época, como Manolete y el Litri.

Los vinos que se servían en el Tomelloso, blancos y tintos, procedían todos de La Mancha y llegaban a Monforte en cubas y odres de piel de cabra cuyo interior se impermeabilizaba con un baño de pez. Ambos recipientes permitían que el vino se conservase espléndidamente en la bodega. Encima del mostrador siempre había unas garrafas llenas de aceitunas y de los encurtidos llamados de banderillas, además de una cestita con cacahuetes. Era con lo que se acompañaban aquellos vinos manchegos. Su esposa Rosa, a la que le gustaba echar una mano en las tareas propias del bar, sorprendía a los clientes con un magosto cuando era época de castañas.

La cafetería, otra historia

Pese al protagonismo de algunas mujeres al frente del mostrador o en los fogones, las tabernas eran entonces un espacio restringido a los hombres. Otra cosa muy distinta eran las cafeterías que comenzaban a proliferar con todo tipo de comodidades: televisión, calefacción, teléfono y aseos en condiciones. La tele era un proyecto de futuro en la inmensa mayoría de las casas y había que coger sitio una hora antes del comienzo de los partidos de fútbol.