Un chantadino en la capital del Imperio

Xaquín López

LEMOS

Celso Almuiña con su mujer, la profesora Elena Sánchez, con el paisaje castellano de fondo
Celso Almuiña con su mujer, la profesora Elena Sánchez, con el paisaje castellano de fondo

La comunidad universitaria de Valladolid homenajea a Celso Almuiña, primer decano de su faculta de Periodismo

13 may 2016 . Actualizado a las 09:52 h.

Las buenas historias siempre surgen en noches lluviosas de invierno, al calor de una cocina de leña.

-Anda Celso, explícale a mi hijo lo mal que se pasa siendo periodista.

Marina, mi madre, había aprovechado que su amigo Celso Almuiña pasaba unos días en casa de sus padres, en Mariz (Chantada) y me llevó a conocerle.

-A ver chaval ¿tú por qué le quieres dar ese disgusto a tu madre?

-Porque yo lo que quiero es ser escritor, pero eso le sentaría todavía peor.

-Hombre, pues yo soy amigo de Miguel Delibes. Cuando vengas por Valladolid te lo presento - me contestó sin más rodeos-.

Todavía hoy recuerdo aquella respuesta. Andaba a vueltas con las aventuras del Nini en Las Ratas y la sola idea de conocer en persona a su autor me emocionaba. Muchos años después, Celso todavía rememora ese encuentro, cuando nos vemos en su querido Valladolid. «Fíjate que el último acto público de Delibes fue para presidir una conferencia mía sobre que debemos enseñarles a los futuros periodistas. Me puso como condición que no tuviera que hablar mucho. Apenas le quedaban fuerzas. Al terminar me dijo: si lo sé no vengo, Celso, porque te has enrollado demasiado, como siempre». Su veja relación de amistad empezó cuando Celso estuvo siete años yendo todas la tardes a la redacción de El Norte de Castilla, donde escribía Delibes, para preparar su tesis universitaria. Años más tarde fue su asesor histórico en la novela La guerra de nuestros antepasados.

Fundador y primer decano

Hace dos años, Celso decidió jubilarse pero lo que no se imaginaba es que nombraran catedrático emérito. «Traballo mais que cando estaba nas aulas», me dijo la última vez que le vi, hace un mes. Fundador y primer decano de la facultad de Periodismo en 1966. «La Junta bloqueaba el proyecto porque Salamanca ya tenía una facultad de Periodismo, pero está en manos de la Iglesia y los curas se resistían a perder el monopolio». Su labor académica se ha especializado en los procesos de formación de la opinión pública en la España dieciochesca. En la actualidad preside el Ateneo de la ciudad, igual que antes lo hizo con la Casa de Galicia. Le tentaron los socialistas para ser concejal -«incluso me prometían ser teniente alcalde de mi ciudad»- pero eligió seguir siendo lo que es: un académico independiente.

Aunque jubilado oficialmente de la docencia, sigue agitando el ambiente universitario y al ámbito investigador vallisoletano. «La semana que viene voy a Moscú a un congreso. Doy una conferencia sobre las raíces y la evolución de los movimientos nacionalistas en España». Desde su posición de referente intelectual, Celso mantiene activos varios frentes sociales y culturales en la ciudad. Cada jueves por la noche acude a cenar con un grupo de amigos en una bodega. «Cada uno lleva lo que quiere. Vienen jueces, políticos, algún artista. Diez o doce viejos amigos y a las doce de la noche ya estamos de vuelta en casa». Mantiene sus reuniones gastronómicas mensuales en la Casa de Galicia, el último jueves de cada mes. «Los sobrios castellanos comparten con los rudos vascos dos aficiones seculares: las cuadrillas gastronómicas y el frontón», sic del autor.

En la parroquia de Garabelos

Celso Almuiña nació en 1943 en la aldea de Garabelos, parroquia de Mariz, concello de Chantada. Hijo único de un labrador, Benigno Almuiña, que sacaba adelante a su familia gracias a un desvencijado camión con el que recorría las aldeas del Faro recogiendo leche. De él heredó la capacidad de trabajo y esfuerzo como herramienta de supervivencia y progreso. «Meu pai, que morreu hai ano e medio, tiña un muíño no río Asma. Pasei alí una noite e aínda lembro que non peguei ollo pasmado pola forza da agua desbocada cara o río Miño. Estouche falando da Chantada da posguerra», recuerda con nostalgia.

Al cumplir diez años, su maestro y el de muchas generaciones de chantadinos, don Modesto de la Academia, le dijo a Benigno: «El chaval tiene que estudiar, que vale para esto». «A mí me vendría bien que me ayudara en los molinos, pero si usted cree que vale para estudiar, que sea». Era la única respuesta posible de un labrador que sabía que tenía que desprenderse de su único hijo para darle una vida mejor.

Con 14 años, Celso estaba estudiando el bachillerato en Ourense. Su rendimiento no pasó desapercibido para su profesor. «Celso, ¿por qué no te presentas a las oposiciones para maestro? Son en septiembre». Se pasó el verano del 61 «co libro na man e os pés metidos na auga do Miño da calor que facía» para sacar las oposiciones. Su primer destino le llevó a un pueblo perdido de Soria, como su amado Antonio Machado. «Llegué a Cueva de Soria en plenas fiestas del pueblo. Al bajarme del coche de línea se me acercó un chaval, Isaías, y me dio una palmadita diciéndome ?¡Qué, a las fiestas!? Al llegar septiembre entré en la escuela y me encontré a Isaías en primera fila. ?¡Qué, a la escuela!?, le dije. Su cara de sorpresa no la olvidaré nunca. Nos hicimos amigos. Con los años le ayudé a sacar las oposiciones a policía».

Ahí empezó su carrera de maestro de escuela, que le llevaría pocos años después, a Valladolid. «Collín o tren en Ourense, o shanghai que ía a Barcelona. Chegando a Valladolid vin desde a ventanilla como queimaban restrollos a campo aberto e xurei que tiña que saír pronto desa terra dura. Pasaron 55 anos e sigo namorado desta cidade e desta terra recia». Empezaba así su experiencia vital castellana que le llevaría a instalarse en Valladolid con 18 años recién cumplidos, hasta hoy.

Un ejercicio de paciencia

Pasear con Celso por Valladolid es un ejercicio de paciencia: se para en cada esquina a saludar. Erudito y socarrón a partes iguales, no hay cita que no lleve aparejada una sentencia. La ironía le delata.

-En este palacio se reunieron dos emperadores.

-¿Qué me dices, Celso?

-Sí hombre, Felipe González y François Mitterrand.

A continuación te explica con sencillez cómo era el Valladolid Imperial, cuando el valido de Felipe III, el duque de Lerma, trasladó la capital del Imperio de Madrid a Valladolid (1601-1606). «Fue el primer pelotazo urbanístico de la historia de España». Eso sí, frente a la barroca fachada de la universidad, barre para casa. «¿Sabías que la de Valladolid es más antigua que la de Salamanca?» «No te creo», le contesto, sabiendo que siempre tiene argumentos convincentes para todo.

La comunidad universitaria de Valladolid le rindió ayer un merecido tributo. Fue en el aula magna Lope de Rueda, en un acto solemne presidido por el rector, Daniel Miguel San José. La excusa era presentar el libro Estudios en homenaje al profesor Celso Almuiña. Historia, periodismo y comunicación. La crónica social relató al día siguiente que fue una entrañable reunión de viejos amigos, antiguos camaradas de aulas, generaciones de alumnos esparcidos por el mundo desde la meseta castellana, pero todos sabemos que una crónica periodística no da para describir tantas emociones.

Visitas chantadinas

Cuando le visita algún chantadino la cita no falla: comer en la Casa de Galicia. Se muestra orgulloso del valioso inmueble que la comunidad gallega disfruta en la capital castellana. Casado con una profesora cántabra, Elena Sánchez, sabe que su retiro no va a estar en su Chantada natal sino en la casa familiar de Pechón, frente al mar Cantábrico. Sus vecinos se lo vamos a disculpar porque hemos gozado de su amistad y de sus sabios consejos durante muchos años. Pretencioso sería decir que vamos a disfrutarle otros tantos, pero brindamos por lo que nos queda por delante.

Recuerdo que salí de aquella cocina hogareña con la vocación de periodista reafirmada, al igual que reafirmada quedó mi relación de amistad, va ya para cuarenta años, con Celso, un catedrático emérito que nunca olvidó sus orígenes en una escuela machadiana; un chantadino de alma tranquila y un castellano de sentimientos nobles.