Vender añadas antiguas no es siempre sencillo

La Voz

LEMOS

17 jul 2014 . Actualizado a las 07:05 h.

La bodega ourensana Dominio do Bibei, en la que se elabora el tinto Lalama, comercializa en la actualidad más del ochenta por ciento de su producción fuera de España. En países con una gran tradición vitícola como Francia o Italia, pero también en los emergentes mercados asiáticos. «Nosotros tenemos un mayor reconocimiento a nivel internacional, posiblemente porque Ribeira Sacra presenta una identidad muy diferenciada con respecto a otras zonas de España», señalan en el departamento técnico, que dirige el joven enólogo Gutier Seijo. Todas las marcas que se elaboran en Dominio do Bibei son, en mayor o menor medida, vinos con capacidad de guarda. «Vender un 2010 en Galicia todavía resulta complejo, cuando son vinos que, como sucede con Lalama, están ahora en plenitud y expresión», advierten desde la bodega.

Los elaboradores más pujantes de Ribeira Sacra tratan de abrirse paso desde hace tiempo en nuevos mercados. La crisis económica no deja otra salida para las marcas de gama alta. Y la llave de la exportación la tienen, en buena medida, prescriptores como el crítico del New York Times. «Hoy [por ayer] tuve catando en la bodega a gente de Bélgica y de Francia. Los vinos viajan por el mundo y se sigue a estos prescriptores. Gracias a gente como Asimov existimos», dice Fernando González, de Adega Algueira.

Cuerda para rato

En su visita del 2009 a Ribeira Sacra, Eric Asimov visitó la bodega y los viñedos de Adega Guímaro, una pequeña explotación familiar que encontró en Pedro Rodríguez el relevo necesario para afrontar nuevos retos. «Estoy convencido de que todos los vinos de guarda que hacemos tienen cuerda para crecer en botella al menos diez años», apunta el bodeguero. De la cata publicada en el New York Times destaca, por otro lado, que se hizo «con lo que hay en el mercado y no con botellas enviadas por los elaboradores, como debía ser siempre».

Ribeira Sacra supo esquivar lo que en Dominio do Bibei denominan «la dictadura del tempranillo». Quizás sea la hora de dar un nuevo paso adelante y abandonar también la comodidad de la mencía. «¿Por qué no vender terruños en vez de variedades?» Es la pregunta del millón.