Jersón despierta sin luz ni agua de una pesadilla de nueves meses de ocupación rusa

Mikel Ayestaran JERSON / ENVIADO ESPECIAL COLPISA

INTERNACIONAL

Plaza principal de Jersón.
Plaza principal de Jersón. MURAD SEZER | REUTERS

Los servicios secretos ucranianos buscan colaboradores rusos entre los civiles y Kiev ofrece la evacuación voluntaria a víctimas de los ataques

21 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«No tenemos electricidad, ni agua, ni gas, pero somos libres y eso es lo más importante. Poco a poco iremos recuperando el resto», son las palabras de Ludmila, que espera en una larga cola en la plaza de la Libertad de Jersón el reparto de ayuda humanitaria. En una semana, esta ciudad, capital de la provincia homónima al sur de Ucrania, ha pasado de ser parte de la Federación Rusa a volver a estar bajo el control de Kiev.

El cambio se produjo después de nueve meses de ocupación y se consumó cuando las últimas tropas del Kremlin abandonaron la parte occidental de la localidad para cruzar el río Dniéper y atrincherarse en la otra orilla. Ahora Jersón es libre, pero el Ejército ucraniano ha cerrado la salida de civiles porque los servicios de inteligencia trabajan en la captura de posibles colaboradores rusos que hayan podido quedarse para cometer sabotajes.

Calle de Jersón
Calle de Jersón MURAD SEZER | REUTERS

«Son un arma más peligrosa que un misil, por eso hay que localizarles a tiempo y anularles», informan fuentes militares en la ciudad. «La tarde del día 10 destruyeron la central eléctrica y después salieron a las 4.57 horas, cruzaron en barcazas. Les vi desde mi balcón porque vivo junto al puente Antonivka. No creo que vuelvan porque esto ha supuesto una severa derrota, no tienen fuerza suficiente para cruzar el río y volver a esta orilla», opina Misha, empresario del mundo del mueble que no ha abandonado la ciudad desde febrero.

«Rusos y ucranianos nunca llegaron a pactar un corredor de salida y entrada de civiles y no era nada seguro, la ruta hasta Mikolaiv era zona de combate y podía pasar cualquier cosa», comenta Misha. Las autoridades de Kiev ofrecen la evacuación voluntaria a las personas mayores y a aquellos vecinos cuyas casas han quedado dañadas por los ataques de las tropas de Moscú.

La ruta a Mikolaiv es un camino de 65 kilómetros cuya carretera principal está reventada, por lo que hay que recurrir a caminos rurales y tener mucho cuidado de no salirse de ellos porque los rusos han dejado el lugar plagado de minas, según los militares ucranianos. El escenario a un lado y otro del camino son aldeas arrasadas.

A la entrada a Jersón llama la atención que la ciudad está intacta, no hay apenas destrucción. Consultados al respecto, los oficiales ucranianos aseguran que «esto demuestra que nosotros no bombardeamos nuestras ciudades, pero ahora tememos una venganza rusa y que empiecen a castigar la ciudad desde la otra orilla. Hay que estar preparados».

El rugido de la batería es constante en el cielo de esta ciudad donde nadie olvida que el 70 % de territorio de la provincia sigue bajo dominio ruso. Una semana después de la retirada rusa, la plaza de la Libertad se ha convertido en el epicentro de la vida. Allí se dirigen cada día los miles de civiles que quedan en la ciudad para esperar a los camiones que llegan con ayuda de todo tipo, cargar sus móviles en los generadores instalados en tiendas de campaña, cambiar sus tarjetas de teléfono rusas por ucranianas, asistir a los conciertos que se organizan a los pies del antiguo pedestal donde estaba la estatua de Lenin o ver a los políticos que, como el presidente, Volodímir Zelenski, se acercan para celebrar la mayor victoria de Ucrania en esta guerra. Antes del conflicto había 280.000 personas, ahora es toda una incógnita saber cuántos quedan.

Reparto de comida

«Nosotros ayudamos a nuestra gente con todos los medios que tenemos, pero necesitamos que Europa y Estados Unidos mantengan su ayuda de armamento, es la única manera de derrotar a Rusia», pide Pavlo Moroz, representante de una conocida marca de carne de pollo que ha llegado a Jersón con dos camiones cargados con toneladas de pechugas. Se reparte una bandeja por persona y las familias esperan al completo para poder recibir una por cabeza. Toda ayuda es necesaria.

«¿Me dejan llamar a mi hijo?». Iván no tiene móvil, lleva un número apuntado en una libreta y se lo entrega a este enviado especial para que haga la llamada. La conversación dura menos de un minuto. Lo suficiente para decir a los suyos que está vivo y que no piensa abandonar Jersón.

«Me quedo porque creo que hay un acuerdo entre Zelenski y Rusia. Ucrania vuelve a suministrar agua a Crimea y a cambio Moscú sale de esta ciudad», reflexiona en voz alta antes de dirigirse con su bastón a la larga cola que preside la plaza de la Libertad, un lugar en el que se percibe felicidad pese a la dureza de la vida tras la ocupación.