Superviviente del asedio a Chernígov: «El avión me venía de frente y disparando»

Sergio García KIEV / COLPISA

INTERNACIONAL

Una mujer cocina en Chernígov, que fue la puerta de entrada del Ejército ruso para invadir el centro del país y llegar a Kiev.
Una mujer cocina en Chernígov, que fue la puerta de entrada del Ejército ruso para invadir el centro del país y llegar a Kiev. Sara Gómez Armas | Efe

La ciudad, puerta de entrada de las tropas rusas hacia Kiev, soportó cinco semanas de asedio y los expertos investigan si el ataque a la población civil fue premeditado

05 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Parecía coser y cantar, sobre todo en los primeros compases de la invasión, cuando las columnas de tanques rusos avanzaban con un ímpetu arrollador y los efectivos desplegados sobre el tablero de operaciones jugaba claramente a su favor. El objetivo era Chernígov, una ciudad de tamaño medio y 280.000 habitantes en la encrucijada de Ucrania y Rusia, a un tiro de piedra de Chernóbil y más cerca aún de la frontera de Bielorrusia. Durante cinco semanas no hizo otra cosa que llover fuego. En el momento de máxima tensión, con todos los puentes sobre el río Desna bombardeados desde el aire para asfixiar a la población y a sus defensores, apenas quedaban en su interior 90.000 almas. Bastaron para impedir que la bolsa se cerrara del todo, aunque su alcalde Vladislav Attochenko cifra en 700 los muertos.

El castigo llegó desde el cielo, porque los asaltantes fueron incapaces de abrir una brecha en la línea de defensa y recurrieron entonces a la aviación para castigar a la población civil, que soportaba impotente un hostigamiento sin cuartel. Amnistía Internacional trata de determinar ahora si el ataque a la población civil fue deliberado, como sostienen las víctimas, y si los asaltantes incurrieron en crímenes de guerra. Una estrategia que iría en línea con la destrucción de estaciones de bombeo o infraestructuras con ánimo de rendir de hambre o frío a los ciudadanos. De sus conclusiones se podrán extraer patrones de actuación en otros escenarios. 

Vecinos de  Chernígov compran alimentos en un improvisado mercadillo.
Vecinos de Chernígov compran alimentos en un improvisado mercadillo. Miguel Gutiérrez | Efe

En la cola del supermercado

El viaje a Chernígov duraría un par de horas en condiciones normales, pero los ataques han inutilizado casi todas las vías de entrada y solo queda una carretera secundaria con baches como cráteres por el incesante trajín de tanques y camiones, rodeada de campos de cultivo donde todavía asoman misiles sin explotar. El oblast (provincia) al que pertenece la ciudad es uno de los más pobres del país, pero la guerra y la dificultad de hacer llegar hasta aquí la ayuda internacional han acabado por arruinar su modesto tejido industrial. Cuatro horas de traqueteo incesante y ocho puestos de control después —en cada uno mostrando el pasaporte—, entramos en la ciudad liberada entre una nube de Ladas, el utilitario soviético con el mismo glamur que un saco de habas. Al fondo de la avenida que conduce al centro un edificio muestra sin sonrojos sus costuras, el tejado derrumbado como si lo hubiera pisado un coloso.

Julia, 38 años, dueña de un negocio de bisutería, se estremece cada vez que su memoria vuela hasta aquel 3 de marzo a las doce del mediodía. Había bajado a la calle en Chovinovola, un barrio residencial del centro de Chernígov, y se disponía a hacer la compra en el supermercado ATG. De pronto, la histeria se adueñó de todos los que hacían cola. «Vi cómo el avión se dirigía hacia mí y lanzaba ráfagas que impactaban a nuestro alrededor. No consigo quitarme de la cabeza el estruendo de los motores a reacción, si sobreviví fue de milagro. La gente se volvió loca y empezó a correr en todas direcciones. Los que estaban dentro, angustiados, trataron de ganar la puerta de la calle. Los proyectiles impactaban contra las estanterías, los pasillos, las cajas registradoras... Los artículos saltaban por los aires».

La aeronave lanzó dos misiles contra un edificio de viviendas que reventó por dentro, escupiendo una lluvia de cascotes y escombros que sepultaron los coches aparcados debajo y que permanecen a la vista carbonizados. Julia relata que 47 personas murieron aquel día solo en ese bloque. En la esquina había una farmacia que databa de la época soviética -«un pequeño tesoro», dicen en el barrio- y ahora ha quedado reducida a escombros.

No fue el único objetivo. Las balas hicieron blanco en la fachada del hotel Gradetskiy, desarbolando balcones. El Hospital de Cardiología, en la esquina con Kruhova, también sufrió las iras de la aviación rusa y ahora parece un despojo, listo para que lo derriben «porque la estructura está muy dañada», explica Petro, jefe del departamento de Diagnóstico por ultrasonido, que escarba en busca de material médico que se pueda salvar. Los pasillos están destrozados, con el cableado colgando de los techos y las puertas y ventanas hechas añicos.

Natasha es la asistenta del doctor y le sigue obediente con un montón de sábanas hechas un gurruño. La explosión sorprendió a sus colegas cuando atendían a sus pacientes y con varias operaciones programadas, aunque la rueda del destino quiso que todos salvaran la vida.

«Tengo miedo de que vuelvan»

«Lo que está ocurriendo en este país es un genocidio -sostiene Julia-, pero a los rusos no les gusta que les pidan responsabilidades, y cuando les enfrentas a cualquier prueba hablan de montaje, como si esto fuera una fake news más y nosotros sus autores. Es bochornoso».

Lo dice mientras pasea frente al estadio Gagarin, donde juega el equipo local de fútbol. O lo hacía, porque allí cayeron ocho bombas de 500 kilos cada una que abrieron cráteres en el terreno de juego y las gradas, lo que impedirá reanudar la competición durante mucho tiempo. «La potencia de los artefactos era tan grande que se sintió el suelo temblar hasta en la otra punta de la ciudad», corroboran los operarios municipales, que llevan semanas vaciando carretillas de escombros en los agujeros dejados por las explosiones.