Una amenaza existencial más grave que el «brexit»

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

El primer ministro húngaro, Víkctor Orbán, en una cumbre europea en Bruselas
El primer ministro húngaro, Víkctor Orbán, en una cumbre europea en Bruselas POOL

26 jun 2021 . Actualizado a las 09:36 h.

La polémica sobre la ley húngara mediante la que el Gobierno de Víktor Orbán pretende prohibir hablar de la homosexualidad en los colegios e institutos no es, ni mucho menos, el primer encontronazo entre Budapest y Bruselas. Nada menos que hace once años, en el 2010, Orbán hizo cambios a la Constitución húngara que se consideraron preocupantes, y desde entonces se han multiplicado los desencuentros. Pero nunca se había llegado al punto en que, como ha sucedido en esta última cumbre europea, algunos países miembros hayan sugerido que Hungría abandone la Unión. A este respecto han sido muy citadas las palabras del primer ministro holandés Mark Rutte, que advirtió de que la UE corre el riesgo de dejar de ser una «unión de valores» para convertirse en un «mero bloque comercial».

La frase de Rutte encierra una ironía no buscada, porque lo cierto es que la Unión Europea nació para ser un mero bloque comercial (su nombre de bautismo era Mercado Común Europeo); solo lentamente y de una manera incompleta se ha ido construyendo como una unión de valores. Cuando esos valores eran más bien genéricos, los de la democracia en un sentido amplio, fue posible integrar países como la Hungría de Orbán y hacer una apresurada ampliación hacia el este, lo que entonces se consideró una necesidad política y ética más que económica (los valores frente al comercio). Pero desde entonces se ha producido una divergencia: mientras que la élite política europea se ha ido haciendo cada vez más institucionalmente progresista, en los electorados de algunos Estados miembros ha ido creciendo una corriente populista (a izquierda y, sobre todo, a derecha), a menudo iliberal, que choca frontalmente con esos valores o busca desafiarlos expresamente.

Es un choque de legitimidades para el que la UE no estaba preparada. La «Europa de Maastricht» se construyó en un mundo, el de finales del siglo XX, en el que no cabía esperar que llegase al poder ningún partido que no perteneciese al ámbito de la socialdemocracia, el liberalismo o la democracia cristiana. Ya no es así en la Europa del siglo XXI. Mientras el antagonista de la UE sea únicamente la Hungría de Orbán, es posible para Bruselas imponerle sanciones o aislarle (cosa que ya se ha hecho sin demasiados resultados). Pero Hungría cuenta con la simpatía, en distintos grados, de otros Estados miembros, y para muchas cosas ostentan derecho de veto. Partidos más o menos afines a Orbán han estado en el poder en otros países, y cabe pensar que lo estarán en algunos más en algún momento puntual. ¿Puede la UE sobrevivir a las tensiones que se produzcan?

Como casi siempre con los problemas de la Unión, es un dilema que apunta a la contradicción existente en el corazón del proyecto europeo: en su retórica es una federación de países, en su práctica real es como una confederación en la que lo único realmente compartido es una moneda. Efectivamente, no se puede tener un verdadero mercado común sin una moneda común. Tampoco se puede tener unos valores comunes sin una soberanía única. Como siempre, la pregunta es si eso es lo que quieren los europeos.