Marjan, el león que se convirtió en símbolo del zoo de Kabul
Marjan, el león que se convirtió en símbolo del zoo de Kabul OMAR SOBHANI / REUTERS

Sus símbolos son quizás los de todo Afganistán: la soledad y el sacrificio

30 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando se construyó, en los años sesenta del siglo pasado, el zoo de Kabul pretendía ser la culminación de los sueños modernizadores del entonces rey de Afganistán, Zahir Shah. La palabra «paraíso» viene del término ‘para jardín’ en farsi-dari, una de las lenguas de Afganistán, y el rey pretendía que el jardín zoológico, hecho a imagen y semejanza del jardín de palacio, fuese eso: un anticipo del paraíso cerca del corazón de la capital. Había allí más de setecientos animales de noventa especies autóctonas, entre ellas un leopardo de las nieves de los que criaba el mismo rey en su palacio, ciervos wapiti de Bactria llegados del santuario real del valle de Ajar, un camello de dos jorobas de Maimana, la casi extinguida gacela persa o la oveja roja afgana.

Los zoos son lugares metafóricos: intentos ilustrados de dar un orden al hermoso caos de la naturaleza, de hacer comprensible y accesible su lado salvaje. Pero quienes hacen los zoos, los humanos, también tienen su lado salvaje, y pronto Afganistán se convirtió, en su totalidad, en un zoo con las puertas abiertas durante cuarenta años de guerra ininterrumpida. Esa guerra llegó al propio zoo de Kabul, que a menudo se ha encontrado en la línea de frente. Un oso sufrió un balazo en una pata, el acuario recibió el impacto de un obús y un elefante el de una RPG. Especies raras de pájaros fueron vendidos en el mercado negro, y los muyahidines se comieron los hermosos ciervos reales. A veces los animales intentaron defenderse, como el león Marjan, que se comió a un miliciano, pero luego fue cegado por una granada. Por la noche, arriesgando sus vidas, los cuidadores entraban reptando en las jaulas para dar de comer a las fieras. Los talibanes veían el zoo con suspicacia, pero el director buscó todas las bestias que se mencionan en el Corán y les aseguró que el propio Mahoma tenía mascotas. Aun así, los guerrilleros yihadistas se entretenían yendo al zoo para tirarles piedras y bolas de nieve a los animales.

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Para cuando el país se libró de los rigoristas, el zoo era una ruina dolorosa. Todo lo que quedaba eran unos pocos monos hambrientos y dos buitres que se alimentaban de la carroña. Comenzó entonces una dedicada reconstrucción. La repoblación de un zoo es como la del mundo después del Diluvio: un país donó una pareja de cebras, otro una pareja de ñus. China donó una pareja de cerdos, que en Afganistán es un animal exótico porque, denostado por el Corán, nadie los cría. Desgraciadamente, un empleado se dejó un día abierta la jaula de los osos y uno de ellos devoró a la hembra. El cerdo solitario es ahora el único porcino de todo Afganistán. De hecho, se llama Khanzir, que en pashtún quiere decir eso simplemente, «cerdo». Sus cuidadores le quieren mucho porque dicen que siempre está contento, pero solo le tocan con un palo, porque es un animal haram, prohibido.

Últimamente, el zoo se ha convertido de nuevo en una gran atracción para los afganos. Sobre todo, las familias y los enamorados aprecian este oasis de calma en medio del caos y la violencia. Es un paraíso, pero el paraíso no excluye la proximidad del infierno. Como decía, los zoológicos son metáforas, museos del salvajismo y la inocencia. La gran atracción es ahora Khanzir, el cerdo solitario, que corretea como un librepensador en un país donde sobran fanáticos. Mientras tanto, Marjan, el león mártir, está enterrado bajo las flores del jardín que hay en la parte de atrás del zoo, pero su estatua en bronce se encuentra a la entrada. Esos son los símbolos del zoo de Kabul, y quizás de todo Afganistán: la soledad y el sacrificio.