El último socialdemócrata indignado

INTERNACIONAL

08 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Al estallar la crisis económica, Mario Soares, un octogenario que lo había sido todo en la política portuguesa -prisionero en las cárceles salazaristas, deportado y exiliado, fundador del Partido Socialista, primer ministro, presidente de la República...-, se indignó. Mientras la socialdemocracia europea ensayaba «terceras vías» para buscar su identidad perdida y aceptaba trago a trago el credo dominante, el veterano dirigente erguía la bandera de la protesta, rubricaba un manifiesto incendiario titulado «Cambio de rumbo» y convocaba a defender la democracia del acoso inhumano de los mercados y las finanzas.

Quien se definía como «socialista, republicano y laico», pero también como «europeísta federalista», expresó su decepción por la deriva de Europa: la falta de un plan común para vencer la crisis, la «mediocridad de los líderes que la gobiernan», la impunidad de los culpables de errores y fraudes. «Los responsables políticos -escribió- siguen teniendo los mismos rostros y no han cambiado de ideas ni de comportamientos». Incluía en esa nómina no solo a los conservadores, sino también a correligionarios suyos como el presidente francés François Hollande o su primer ministro Manuel Valls («Uma besta!»).

Abandonó la zona templada y se radicalizó. No podía aceptar impávido la anarquía financiera internacional, ni la globalización desregulada y sin ética, ni el desmantelamiento de los Estados, ni la idolatría de los mercados, ni la austeridad destructiva. Rechazaba la conversión de Portugal en un «protectorado de la troika». Y saludaba el triunfo de Siryza, porque los griegos «han demostrado que la austeridad es un desastre completo para los países que la aceptan».

Falleció el último socialdemócrata que se indignó, quien siempre sostuvo que «nâo se fazem omoletas sem ovos» y que «só é vencido quem deixa de lutar». Y yo he querido recordar, en esta necrología de urgencia, sus últimas voluntades, convencido de que sobrarán exégetas para glosar sus primeras ocho décadas de vida.