Infierno en el Mediterráneo

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

ARIS MESSINIS | AFP

Casi 11.000 inmigrantes rescatados en solo 24 horas en otra ola de viajes entre Libia e Italia

06 oct 2016 . Actualizado a las 07:30 h.

Pánico, sollozos y gritos de auxilio. Cuerpos flotando sin vida en el agua, 22 cadáveres aplastados en la cubierta de las barcazas o abandonados en las bodegas, atestadas otrora de mujeres y niños. Es la sobrecogedora escena que se encontraron los activistas de la organización española ProActiva Open Arms al acudir con su velero Astral a una de las 71 operaciones de rescate de migrantes que tuvieron lugar en el Mediterráneo en tres días.

Llegaron al lugar del siniestro, cerca de la costa de Libia, a primera hora de la mañana del martes porque todos los buques de salvamento que operan en esas aguas estaban ocupados llevando a tierra a las 6.000 personas rescatadas en la víspera, tercer aniversario de la tragedia de Lampedusa, una jornada negra con 366 muertos en un naufragio.

Los voluntarios fueron recibidos por centenares de brazos desesperados por asirse a un salvavidas. «Hubo pánico a bordo, la gente saltaba al agua», reconoció el fotógrafo de France Press, Aris Messinis, testigo de la pesadilla que vivió la tripulación. «Solos durante horas rescatando a cientos de personas (...) Solo la muerte les espera en el Mediterráneo», lamentó el líder de la oenegé, Óscar Camps, al ver a su equipo desbordado por la tragedia. A pesar del agotamiento, lograron rescatar a 1.846 personas, entre ellas bebés y menores no acompañados.

Drama en el canal

El drama se repitió a escasas millas del canal de Sicilia, donde la guardia costera italiana, la Marina militar y otras oenegés trataron de ganar la partida al tiempo para salvar al mayor número de personas posible. El saldo que dejan estos dos días de rescates sin tregua es escalofriante: al menos 10.655 personas (6.000 el lunes. 4.655 el martes) han logrado sobrevivir. A los que hay que sumar los 370 rescatados ayer. Muchos de los migrantes sufren heridas graves por quemaduras de combustible, otros se curan de lesiones ocasionadas por el hacinamiento en las barcazas y por la fatiga de la travesía. 

En la otra cara de la moneda se encuentran el medio centenar de víctimas que se ha cobrado el Mediterráneo en estos naufragios. Ya son 3.502 este año. «El 2016 puede ser el año más mortífero si el número de víctimas se mantiene al ritmo actual», alerta el portavoz de Acnur, William Spindler.  El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio marino. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en los tres últimos años han muerto 11.000 migrantes perdieron la vida cruzando sus aguas rumbo a Europa, lo que hace una media de diez muertos al día.

Dejan atrás la miseria y la pobreza en sus países para encontrar la muerte a escasas millas del Viejo Continente. «Hay que cambiar. Nuestras políticas no funcionan», insiste el director de la OIM, William Swing, apuntando con el dedo a los líderes europeos, parapetados tras vallas y muros mientras hacen gala de lo que ahora llaman «solidaridad flexible».

En lugar de fortalecer los canales para regular la inmigración, han decidido redoblar los esfuerzos para agilizar las deportaciones y multiplicar los acuerdos de readmisión. La maniobra ha conseguido aplacar el flujo migratorio desde Turquía a Grecia, donde las llegadas han caído un 57 %, pero la hemorragia en el Mediterráneo central no se ha cerrado. Italia sigue recibiendo un flujo anual de 130.400 migrantes y no parece que la operación Sofía contra los traficantes de personas esté dando sus frutos. 

Nadie sabe los nombres del centenar de fallecidos. Pasarán a ser números que engrosarán las estadísticas de Frontex. En Bruselas el terror y el miedo no duelen, solo incomodan cuando son ajenos. El hambre y la necesidad tampoco aprietan. Entre raviolis de cigala, foie y medallones de cordero los líderes europeos han malgastado cumbres en los últimos tres años para llegar al mismo punto de partida. A ninguno se les cortó la digestión al ver la foto del pequeño Aylan inerte en la orilla del mar. Algunos eurodiputados, amparados por el derecho a la libre expresión, se han permitido la vileza de llamarles «basura», «terroristas» y «criminales».