Si realmente es lo que parece, la ofensiva aérea que ha iniciado Turquía contra el Estado Islámico podría significar el principio del fin de la guerra civil en Siria
26 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Si realmente es lo que parece, la ofensiva aérea que ha iniciado Turquía contra el Estado Islámico podría significar el principio del fin de la guerra civil en Siria. También podría ser que, por el contrario, sirviese para extender aún más el conflicto y que este se desborde a la propia Turquía. Pero ambas cosas, la buena y la mala, dependen de que la ofensiva sea lo que parece. Y eso es lo que todavía no está claro.
La cuestión es esta: sin la colaboración de Turquía, la revuelta armada contra el régimen de Damasco ya habría fracaso. Basta observar un mapa de los frentes para apreciar que los focos de resistencia yihadista se distribuyen, fundamentalmente, a lo largo de la frontera turca. Por esa frontera han estado entrando las armas, los pertrechos y los voluntarios extranjeros que han mantenido viva la llama de la insurrección contra Bachar al Asad. Fueron los servicios de inteligencia turcos, el MIT, los que estructuraron y adiestraron la primera milicia rebelde, el llamado Ejército Sirio Libre, y cuando este se volvió irrelevante pasaron a sostener al Frente Al Nusra, a pesar de que se trataba de una filial de Al Qaida. Respecto al Estado Islámico, la actitud de Ankara ha sido más ambigua. No lo apoya directamente pero, desde luego, ha boicoteado por sistema los esfuerzos de la coalición internacional creada para frenarlo, en gran parte por temor a que el fin del califato favorezca la creación de un estado kurdo que acabe incorporando una parte de la propia Turquía.
Todo esto es lo que podría haber cambiado el pasado lunes. Ese día, en la ciudad turca fronteriza de Suruç una bomba segaba la vida de una treintena de personas. Nadie duda que ha sido obra del Estado Islámico, y aunque su intención no era, en realidad, agredir a Turquía (los muertos eran activistas kurdos que se dirigían a ayudar a sus hermanos en Siria) el Gobierno turco no ha tenido más remedio que responder. Erdogan se encuentra debilitado políticamente desde las pasadas elecciones, pero sobre todo ha sido clave la presión estadounidense. Washington ha perdido la paciencia con su aliado turco. Desde hace tiempo presionaba para que le cediese el aeropuerto militar de Incirlik, desde el que se puede bombardear al Estado Islámico más cómodamente que desde las bases aliadas del golfo, pero Erdogan se resistía. El atentado de Suruç le ha dejado sin argumentos y los norteamericanos no solo han conseguido Incirlik, sino también el uso libre del espacio aéreo turco para sus cazas y drones.
Falta ver cómo de sincero es este giro en la posición turca. De momento, Ankara ya ha introducido un matiz irritante al bombardear también objetivos kurdos en territorio iraquí. Es decir, que ha atacado a ambos bandos para dejar claro que los considera iguales. Esto no caerá bien en Washington. Y peor aún habrá caído entre los kurdos, con los que Ankara se supone que tenía una tregua desde el 2013. Si ahora se reactiva ese otro enfrentamiento no tendríamos una guerra menos, sino una más. Turquía, en definitiva, no ha abandonado su ambigüedad. Más bien, le ha añadido un punto más de irresponsabilidad.