Cuando en el 2009 la Administración Obama quiso promover un acercamiento a Rusia decidió escenificarlo con una metáfora informática: en una conferencia de prensa, Hillary Clinton ofreció a Serguéi Lavrov un botón de encendido de ordenador que decía reset (reiniciar) en ruso, supuestamente. En realidad, como hizo ver con crueldad Lavrov para sonrojo de Clinton, el traductor se había equivocado y en vez de «reiniciar» había puesto una palabra que significa más bien «sobrecargar» (peregruzka). No solo la traducción era desafortunada. También ha resultado serlo la metáfora del ordenador, en vista de que Washington y Moscú vuelven a distanciarse precisamente a causa de un técnico informático.
Pero lo cierto es que el caso Snowden no es la causa del boicot de Obama a su cumbre con Putin. Ya el año pasado Putin le hizo lo mismo a Obama. El botón era profético: Las relaciones nunca se iniciaron y han seguido «sobrecargadas». Los geógrafos del siglo XIX decían que Rusia y Estados Unidos, las dos grandes masas de tierra del planeta, estaban condenadas a ser rivales. Y aunque la guerra fría pudo hacer pensar que esa rivalidad era ideológica, la ideología, probablemente, tan solo enmascaraba y reforzaba una carrera por recursos e intereses estratégicos que ha proseguido prácticamente igual tras la desaparición de la URSS.
Pura práctica
La verdadera razón de que Obama haya cancelado con su cumbre con Putin es puramente práctica. En estos momentos, se encuentra en una posición de inferioridad en casi todos los asuntos a tratar. La reciente elección de Hasán Rohaní como nuevo presidente de Irán ha desbaratado momentáneamente el frente que encabezaba Washington contra ese país. En el asunto del desarme, Obama no cuenta con apoyo suficiente en el Congreso para iniciar una negociación. Y en el dosier más importante, el de Siria, los avances del régimen, apoyado por Rusia, y el caos de la sublevación armada, apoyada por Estados Unidos, han dejado a Obama sin bazas. Si se entrevistase con Putin en estos momentos, Obama tendría que tomar una decisión sobre la conferencia de Ginebra que promueve Moscú. Se resiste porque, tal y como están las cosas, aceptarla supondría certificar el fracaso de la revuelta contra Bachar al Asad.
Como suele hacerse en estos casos, Obama ha tratado de dignificar un poco su boicot presentándolo como una protesta por el estado de los derechos humanos en Rusia, en concreto los derechos de los homosexuales. Rusia, efectivamente, tiene, en ese terreno y en muchos otros, serios déficits democráticos, por no hablar de la corrupción institucional y tantas otras cosas. Aunque no sean esas las verdaderas prioridades de Washington, está bien mencionarlas. Como tampoco está mal que Rusia llame la atención sobre los derechos individuales al conceder asilo político a Snowden. No es sincero, pero, a base de hablar de estas cosas, algo queda.