La economía venezolana viene de las rentas del crudo, lo que que favorece la corrupción y la ineficacia
07 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Lo peor que podría pasar en Venezuela es que el resultado de las elecciones de hoy fuese ajustado. Una victoria de cualquiera de los dos candidatos por menos de, digamos, cinco puntos sería prácticamente una receta segura para el caos. Si perdiese Chávez, es difícil imaginar que sus seguidores se conformasen con la derrota. Pero si el que pierde es Capriles, y esto parece lo más probable, el riesgo no es mucho menor. La tentación de denunciar un fraude electoral será enorme, y recibirá fácilmente eco en la prensa internacional, para la que Chávez se ha convertido en un enemigo a batir. Ambos campos tienen un historial poco tranquilizador de intentonas golpistas, demagogia y violencia. Si se produce una confrontación, la espiral podría ser imparable.
Este escenario revela el mal de fondo de la política venezolana: el de una sociedad rentista en la que la política y la economía están desconectadas. En Venezuela, como en los países del golfo Pérsico, el petróleo hace que la gestión, mejor o peor, afecte poco a los indicadores económicos; es una economía que vive de rentas. Al mismo tiempo que esto favorece la corrupción y la ineficacia (que en Venezuela son endémicas, han estado siempre ahí), también las hace menos importantes a ojos de muchos votantes. En los países del Golfo esto no plantea problemas políticos, porque se trata de monarquías absolutas. Pero en una democracia como Venezuela este tipo de economía rentista provoca una lucha por el poder en la que segmentos enteros de la sociedad se enfrentan los unos a los otros, de manera excluyente, por el control de ese flujo de riqueza. Con Carlos Andrés Pérez, los beneficios se dirigían a la clase alta y revertían en la clase media en alguna medida. Chávez los ha canalizado hacia los pobres y en perjuicio de esa misma clase media. Entre ambas opciones no parece que exista una solución de compromiso.
Ese es el problema de Chávez, pero también el de Capriles. Más que un candidato es un mediador que sirve para reunir votos heterogéneos contra Chávez. Lo que ofrece, un populismo menos histriónico, algo más plural y más fresco, no es suficiente para esconder el hecho crucial de que cada candidato representa a media Venezuela y que las diferencias entre ambas son irreconciliables. Capriles, por ejemplo, promete mantener los programas sociales de Chávez, pero eso no es posible: dependen de que el petróleo se use en ellos y no en otro lugar.
Lo que en un país con una economía normal se resolvería con la alternancia en el momento en que la ineficiencia, el cansancio o la crisis erosionasen al Gobierno, se convierte en Venezuela en una competición a vida o muerte entre clases sociales que no valoran la gestión que se hace desde el poder sino que exigen su turno para ejercerlo en su beneficio. Esto es lo que hace tan dramático, y tan difícil, un cambio de Gobierno en Venezuela: que en realidad se trata de un cambio de régimen. En Rusia, otra economía rentista con democracia, sucede lo mismo. Algunos expertos lo llaman «la maldición del petróleo».