¿Se enfría la amistad atlántica?

leoncio gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Crece el número y la importancia de las fricciones entre EE. UU. y la UE

02 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La aprobación del nuevo fondo de rescate del euro por el Bundestag rebajará temporalmente la inflamación que se ha producido en las relaciones entre Estados Unidos y Europa a cuenta de la deuda soberana, pero por sí sola no logrará frenar las corrientes de fondo que separan a norteamericanos y europeos: una sucesión de desencuentros que han ido ganando entidad a medida que se prolongaba la crisis económica y que han terminado por agrietar la alianza que se forjó entre los dos lados del Atlántico al término de la Segunda Guerra Mundial.

Lo curioso es que esas corrientes han cobrado fuerza con la presidencia de Obama, el hombre con el que soñaban los europeos para restañar las heridas abiertas por Bush con la invasión de Irak. Si se hace un repaso de las relaciones trasatlánticas en los tres años que lleva en la Casa Blanca, se observa que el número de fricciones supera las que se produjeron en el mandato de su antecesor. Con un matiz importante. Además de discrepancias en materia de seguridad o de tipo ambiental hay choques en la esfera económica que revelan que las visiones de los viejos socios se alejan en cuestiones cruciales.

Brecha creciente

La brecha se abrió enseguida, cuando los europeos racanearon los refuerzos que reclamaba Obama para Afganistán, se resistieron a brindar sus cárceles para ayudarle a vaciar Guantánamo o desdeñaron la propuesta que hizo para acelerar la entrada de Turquía en la UE. Los estadounidenses la agrandaron en la cumbre de Copenhague contra el cambio climático, cuando prefirieron entenderse con los chinos a suscribir el exigente plan del Viejo Continente para reducir emisiones. En respuesta, poco después, países de la UE como Alemania se pusieron del lado de Pekín en el G-20 cuando Washington intentó mitigar los desajustes de sus cuentas fijando un límite a los superávits de los países exportadores.

La réplica llegó cuando Obama declinó asistir a la cumbre con la Unión, programada por la presidencia de turno española. Pero hay más. Cuando varios países occidentales llevaron una resolución al Consejo de Seguridad para apoyar a los rebeldes libios, Alemania dio la campanada votando con China y Rusia. Atónito todavía por ello, el hasta hace poco jefe del Pentágono, Robert Gates, reprochó a los europeos en su propia casa, en Bruselas, no tomarse en serio la seguridad y destinar cada vez menos recursos a mejorarla, confiando en que tendrán siempre de su parte el paraguas protector de Washington.

Evidentemente, no hay una relación de causa y efecto entre la presión realizada por EE. UU. sobre Alemania en las dos últimas semanas para que aprobase el fondo de rescate del euro y la propuesta de la Comisión Europea para imponer un impuesto a las transacciones financieras, al que Washington se opone con firmeza. Pero lo cierto es que los dos hechos coincidieron en el tiempo, alimentando la sensación de que se encuentran a la greña. Impresión en la que abunda el hecho de que la receta que propone Obama para remontar la desaceleración actual es un nuevo impulso keynesiano mientras que la UE, en las antípodas, tiene como prioridad una cruzada contra el déficit incluso al precio de comprometer el crecimiento.

Desplantes y colisiones

Pudiera tratarse de una descoordinación puntual, favorecida por la distinta orientación ideológica que reina en EE. UU. y en los países más importantes de Europa: un fenómeno temporal que acabará por remitir ante una interdependencia económica acusada y el hecho de que ambas partes comparten idénticos valores democráticos. Pero empieza a crecer el número de autores que observan también un movimiento de fondo de alcance mayor.

El desplazamiento del PIB mundial hacia Asia y la necesidad de contener el ascenso de China ha llevado a EE. UU. a perder interés por Europa y a volcarse en el Pacífico. Por su parte, desaparecida la amenaza existencial que representaba para ellos la URSS, los países del Viejo Continente ya no necesitan la protección que les proporcionaba el amigo americano. Liberados de los lazos que los ataban, los antiguos socios se disponen a buscar sus intereses sin importarles que, como resultado, se produzcan desplantes y colisiones entre ellos. El atlantismo, previenen estos autores, quizá haya empezado a quedar atrás.