El compuesto 606 y los males secretos

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Un médico alemán da con una «bala mágica» que sustituye a ineficaces remedios para deshacerse de ciertas enfermedades comprometedoras

21 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Su nombre parecía de asunto clasificado, aunque tenía un origen más bien sencillo: 605 mejunjes había probado sin éxito el doctor Ehrlich cuando al fin dio con lo que buscaba. Y le llamó 606.

Los que eran información reservada eran los males que curaba el compuesto, hasta ese momento, enfermedades sin cura, un auténtico azote. Aunque solo se mantenían en secreto mientras sus síntomas no se manifestaban en terreno visible o los remedios más tóxicos empezaban a hacer mella en el paciente. Se decía aquello de «una noche con venus y un día con mercurio», que era el medicamento indicado para combatir la sífilis, pese a que se mostraba menos eficaz en exterminar la enfermedad que al portador.

Hasta que en 1910 Paul Ehrlich presentó al público una «bala mágica», como él la llamaba. Defendía «la idea de que el médico debe modificar los agentes medicamentosos, darles formas nuevas [...], intentando aprender a apuntar para hacer blanco». Es decir, matar solo el patógeno, no al enfermo.

Su nuevo fármaco despertó un gran interés. En una de las primeras noticias sobre él, decía La Voz: «El doctor francés M. Baudelac, médico de la Embajada de España en París, hizo un muy interesante relato al rey D. Alfonso, que le envió a Fráncfort, donde se encuentra el notable médico alemán Ehrlich, tan célebre por sus estudios y fórmulas contra las enfermedades secretas. El doctor alemán [...] le facilitó todos los estudios de investigación y experiencias maravillosas que ha realizado con su fórmula 606, con la que se cree haber llegado a la radical cura». «Los efectos que presenció el médico francés son asombrosos», aseguraba la noticia.

«Me ha puesto nuevo»

El medicamento de Ehrlich, cuya denominación comercial sería Salvarsan, llegó a Galicia en menos de un año. El primer paciente, atendido en A Coruña, procedía de América. «Procuró allí, en vano, su curación bajo la guía de los especialistas más afamados. Se sometía al tratamiento de la dolencia por medio del mercurio y del yoduro [...] y los resultados fueron nulos». Su suerte pareció cambiar cuando se le administró el 606, «un polvo amarillento, parecido al azufre», con el que se preparaba una emulsión «en el mismo momento de inyectarse».

Tal fue el impacto del Salvarsan a partir de ese momento, que algún paciente decidió proclamar a los cuatro vientos que era ya un sifilítico curado. Lo que sigue es una carta enviada al periódico: «Hace varios días que se publicó que en La Coruña se estaban practicando curaciones por la famosa fórmula del 606 [...]. Yo he tenido la inmensa fortuna de ser quizá uno de los primeros favorecidos por tan maravilloso descubrimiento, y despojándome del convencional secreto en aras de la verdad científica y del sagrado deber de gratitud, echo a la calle mi nombre para decir que el 606 me ha salvado, que el 606 me ha puesto nuevo [...]. Dos veces fui al gran Hospital de Santiago y volví como si nada. Luego aquí me aplicaron otros tratamientos, con resultado tan escaso que me consideraba perdido sin remedio.

»Así que cuando regresó de París el doctor Hervada -a quien nunca agradeceré bastante el beneficio recibido-, gestioné de varios trabajadores, mis compañeros, se presentase a él, ya que la falta de recursos me impedía ir como cliente de pago.

»¿Y los resultados? Los disfruto desde el siguiente día, en que empezó la mejoría. Más rápidos no pudieron ser [...]. Gracias a este maravilloso remedio, me veo completamente curado y útil para ganarme la vida.

»Y aquí estoy, por si alguien dudase, a disposición de quien quiera ver por sus propios ojos los efectos del milagroso invento del doctor Ehrlich. La Coruña, 3 de marzo de 1911. Juan Pena Paradela».

El 706...

Pese a tan optimista testimonio, el preparado no era la panacea. Algunos de los microorganismos que causaban la enfermedad desarrollaban resistencias y los pacientes sufrían recaídas. Pero era cierto que había resultados. «Estos pueden ser inseguros todavía, pero el camino que Ehrlich nos ha enseñado es ya definitivo, y como él dijo en una ocasión, “lo que el 606 no curase lo curaría el 706”»

El auténtico 706 lo descubriría Fleming en 1928. Se llamaba penicilina.