Entumecidos en el Camp Nou

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

ALBERT GEA

La pasividad con la que salió el Celta, sumado al nivel de Messi, desembocó en una tormenta letal

12 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizás la charla previa al partido versó sobre la precipitación. Quizás Unzué dijo a los suyos que saliesen a hacer su fútbol, sin prisas, con paciencia. Y la plantilla del Celta se lo tomó tan al pie de la letra, que se fue al descanso con cuatro goles en contra y la sensación de ser una sombra de sí misma. Cayó víctima de un Barcelona enchufadísimo, de un ritmo propio lentísimo y de una timidez letal.

Porque del equipo que empató en el Camp Nou hace un puñado de semanas, del que igualó 1-1 en Balaídos ocho días atrás, y del que le amargó el domingo a Zidane y a su tropa no hubo ni rastro. Los célticos salieron entumecidos, contemplativos, como esperando a no se sabe muy bien qué. Un planteamiento extraño para un equipo que acababa de comprobar que a los grandes, si les juegas al 200 %, les puedes hacer mucho daño. Los vigueses ni amagaron con debatirle la posesión a su rival. Asumieron en el inicio que el Barça llevaría la batuta y ni lo cuestionó.

Por si el abotargamiento céltico no fuese suficiente, Messi, que se había ausentado en la ida en Balaídos, salió en estado de gracia, su modo natural, y se subió al carro de los goles por la vía rápida. En un cuarto de hora, sin fatigarse demasiado porque tampoco lo necesita, ya había marcado por partida doble. Además, se había encargado de desnudar las miseras de la defensa céltica y de un Jozabed que se pasó la primera parte acompañando al argentino, pero sin conseguir incomodarlo ni una sola vez.

 

Era una especie de tormenta perfecta para los anfitriones. El Barcelona más enchufado junto al Celta más tímido en mucho tiempo. Por primera vez el once titular de Unzué combinaba en su 4-4-2 a Iago Aspas y a Emre Mor como puntas, en detrimento de Maxi Gómez, pero no se pudo ni comprobar cómo funciona la dupla Moaña-Dinamarca, ya que la participación de los arietes en ataque no llegó ni a testimonial en el primer acto, y en el segundo Unzué ya agitó el árbol.

Para cuando los dos equipos regresaron de vestuarios, el guion de la contienda ya estaba escrito y ni siquiera cuando el Barcelona levantó el pie del acelerador los célticos lograron maquillar su imagen. Enfrentarse a los culés dos veces en una semana, con el Real Madrid de por medio, fue demasiado para un Celta cuyo drama, más allá del adiós a la Copa, fue no volver a enseñar al mundo todo el fútbol que tiene. Porque el de ayer no fue el Celta.

Cambio de chip

Llegar al descanso con la eliminatoria sentenciada hizo que Unzué comenzase a preparar en el banquillo blaugrana el partido contra el Levante. En el descanso sentó a Iago Aspas y a Daniel Wass, dos de los futbolistas más cargados de minutos, y dio entrada a Maxi y a Radoja. Diez minutos más tarde era Pione el que encaraba el banquillo, ocupando Brais su puesto.