El Celta pagó el precio de renunciar a la identidad

GRADA DE RÍO

Adrián Ruiz de Hierro | EFE

El Alavés tuvo la posesión, el control y las ocasiones, y los celestes fueron una sombra. Y eso les costó la eliminación en Copa tras perder 1-0 en Mendizorroza

09 feb 2017 . Actualizado a las 07:43 h.

El Celta sabía que empatar con goles le era tan válido como ganar. También que la defensa del Alavés es casi inexpugnable. Quizás por eso Eduardo Berizzo prefirió conservar a ser valiente, y al final lo que se vio en Mendizorroza fue un cambio de roles. El Alavés tuvo la posesión, el control y las ocasiones, y el Celta fue una sombra. Quizás sin proponérselo, el día menos indicado el Celta renunció a su identidad, a su fútbol alegre, incisivo y veloz, y el Alavés se lo cobró en forma de billete para la final. 

El planteamiento

Entrada contemplativa. El Celta entró en el partido en modo diésel, casi contemplativo. Como si pensase que 90 minutos son muchos minutos y no quisiese arriesgar ni lo más mínimo ni quemarse antes de tiempo. Ese planteamiento permitió al Alavés sorprender al querer la pelota. Los de Mendizorroza apostaron por el balón, la posesión y la iniciativa, la receta del Celta, cocinada por la mano de Pellegrino. Los de Berizzo entraron al terreno de juego con las revoluciones bajas y solo dejaron un par de fogonazos. Y con eso no fue suficiente ante un Alavés que en todo momento tuvo las ideas más claras. Jugó con más fortaleza. Jugó con valentía. La que le faltó a los celestes. 

El fallo

Más destruir que crear. El Celta apostó por controlar al Alavés en vez de obligar a los vascos a atarles a ellos. Permitió que el rival marcase el paso y se comprobó en la distribución del centro del campo, el núcleo donde nace el fútbol vigués. Generalmente es Marcelo Díaz el hombre encargado de cerrar el trivote y el Tucu Hernández el que se sitúa como enganche dadas sus cualidades para encontrar pases entre líneas, conectar el juego y hacer daño con su envergadura. Sin embargo, frente a los de Pellegrino el escenario fue distinto, el Toto prefirió que el de Tucumán cerrase para compensar con su envergadura a Deyverson, siendo el Chelo el encargado de sumarse al ataque. Y esta apuesta naufragó. Le restó viveza al juego creativo del Celta, lo mismo que Wass, cuyo perfil ofensivo se vio sacrificado para controlar a Théo Hernández. Tan solo en sus últimos minutos en el terreno de juego el danés se desprendió un poco de su marca y apareció. Pero fue tarde. Si en una de las llegadas aisladas el Celta hubiese visto portería, la apuesta contemporizadora de Berizzo hubiese sido un éxito. Pero el gol no llegó. 

El ataque

Pérdidas y pocas ocasiones. El Celta apenas generó fútbol. Sus jugadas trenzadas fueron contadas, su presión no fue asfixiante y el Alavés, serio y esforzado, llegó mucho más fresco a los balones divididos y a las segundas jugadas. Como si creyese que podría llegar hasta donde se propusiera. Las pérdidas de balón del Celta, sobre todo en la medular, generadas por esa mayor intensidad y viveza del rival unas veces, y por un exceso de confianza propia o frivolidad en otras, también costaron caro a los célticos. En ataque, donde habitualmente brillan ayudados por al genialidad de Aspas, el fútbol punzante de los laterales o los pases medidos de los centrocampistas, no aparecieron los hombres del Toto. Solo un par de tiros claros. Quizás esa es la nota más triste. Que el Celta sabe que tiene más fútbol, más gol e ingenio suficiente como para haber llegado a la final, pero no lo demostró. Durante noventa minutos no fue fiel a sí mismo y lo pagó con su sueño roto.